Per Agustí Franch
La ausencia de sentimiento patrio es indolencia total. El fenómeno indolente tiende al sentimiento del no sentimiento de nacionalidad; es decir, de no sentirse miembro de ninguna comunidad humana, de ninguna nación. Ausencia de la facultad de conocer por el conocer; de conocerse a sí mismo mediante el conocimiento de una relación en la sucesión de los ancestros. Conocerse uno a sí mismo como parte inseparable de algo que ya comenzó su existencia en la remota lejanía de los tiempos. Sentirse una pequeña porción de algo que comenzó a ser y ha tenido continuidad: raza, estirpe, familia, sucesión de familias hasta llegar a mi que soy una insignificante partícula final, hasta hoy, de ese complejo proceso.
La vaga expresión muy utilizada en nuestros días, que dice "este país", en lugar de decir España, o mi pueblo, mi tierra; míos en cuanto parte integrante que soy de ese inacabado proceso, con mi pequeña aportación.
No es fanatismo, lo apuntado sino simple conocimiento de ser parte constitutiva de un todo. Fanatismo es aquel otro sentimiento por el que me constituyo en propietario de un patrimonio del que solamente soy receptor y distribuidor. Fanatismo es el sentimiento de todo nacionalismo, pasando por el nacionalsocialismo nazi, por el nacionalismo vasco y también por el catalán.
Ahí tenemos hoy muestras vivientes, de uno de esos fanatismos, en los actos terroristas; y muestras "murientes" en los cuerpos sin vida de sus numerosas víctimas. El fanatismo es un mal que no repara en medios para conseguir sus fines, admitiendo hasta los más aviesos; y se presenta en formas vindicativas que lleva hasta los últimos extremos si previamente no se le erradica hasta la cepa.
Las analogías entre las distintas fanáticas intolerancias derivadas en nacionalismos, son patentes y constantes. Están basadas en los mismos principios del culto a la fuerza, de la idea del superhombre, superioridad de la raza que fueron los propios fundamentos de los ya desaparecidos nacionalismos nazi y fascista de Hitler y Musolini, respectivamente. Nacionalismos, ambos, que reaparecen -después de ser derrotados en la Segunda Guerra Mundial- en formas menores pero potencialmente peligorsas en momentos de crisis política y económica". (Jorge Solé Tura. G.E. Larousse, t.7, pag. 590).
Llena está la geografía española de clamorosos lamentos producidos por especies fanáticas, hasta donde no ha descendido el nacionalismo catalán, aunque una de sus ramas ha tenido contactos, tal vez con fines políticos o estratégicos, con una de las facciones de otra geografía, portadora de muerte en su ideario. Pero es lo cierto que solamente hasta ahora, en palabras del alto comisario en Marruecos, general Burguete, de actitud pacífica y conciliadora tras los preparativos de un desembarco en Alhucemas, han esgrimido los catalanistas, a título de ellos saben qué, el "bon cop de fals dels segadors", acompañado "...de todos los aullidos separatistas de una turba sin reflexión, que por no buscar sólidos argumentos en la historia....desvariaba barajando torpemente aspiraciones ideales...fomentadas por lucubraciones de aparente gravedad científica salidas de cerebros calenturientos de algunos hombres ilustres que a ratos chochean y predican a la necia muchedumbre que esta España es un tenducho donde únicamente lo de catalana factura son clavos de cabeza dorada..." (Ricardo Burguete, "¡San Jorge y Aragón!" Revista de Aragón de marzo de 1902)
Coincidentes opiniones antiguas y modernas condenatorias de los nacionalismos, que únicamente concitan "...estrategias de poder.." dirigidas al beneficio de una minoría a costa del bien común ahora y siempre, cuando "....la fascinación de los separatismos desembocaría en la Segunda Guerra Mundial..."; cuyos pimpollos nuevamente brotados "...después de 1945, el nacionalismo sólo estaba desacreditado en Europa, donde se le identificaba con el fascismo, racismo y xenofobia..." Cualidades detestables que desgraciadamente continúan siendo las proclamas del mal. Mitterrand lo dijo: Europa es la paz, el nacionalismo, la guerra.