Per Vicente L. Simó Santonja
La primera medida que tomó el invasor árabe, fue hacer desaparecer los latifundios, parcelando la tierra en pequeñas explotaciones familiares. Esta afirmación podrá sonar a música celestial o deseo de exaltación, pero la toponimia estaba y está viva todavía. La unidad de tierra más importante era la “quariya”. Y tienen ustedes a la mano, Alqueria de la Comtesa, Alqueria d’Aznar, Alqueria de Roca, Alqueria de Pallàs, Alqueria d’Alba, Alquerieta, Alcoraya o Alcora. Y en el primer registro del Llibre del Repartiment, las alquerías de Canario Petri, Achellelim, Ahlarei, Alambert, Benimahabar, Caçem, Sagayren, Truilar, Rayosa, y más de ciento.
El “rahal” era una masía más importante con graneros, almazaras y corrales. No se olviden, de “rafal” y “rafol”: Rafelcofer, Rafelguaraf, Rafelbunyol. Ni tampoco de los graneros que dan nombre a Alforins, o los molinos de aceite a Almàssera. En el Llibre del Repartiment, “rahals” de Abenievir, Abingeme, Abinsaxo, Abacaf, Alcolobri, Alcuranti, Almageri, Benioreix, y muchos más.
En especial, los musulmanes perfeccionaron las técnicas de riego (¡de los que hoy no saben regar!), y por ello conservamos palabras como séquia, assut, assarp, sinia, nòria, alcanduf, aljup, safareig, o tanda. En nuestros Fueros rige el principio de que el agua es un bien común de la tierra, y por ello las acequias son conservadas por las comunidades de regantes sometidas a un tribunal de las aguas, documentado en un texto de Ibn Hadjdjan publicado por Levi Provençal, gracias al cual sabemos que los inspectores (çavacequies) de riego en el río Túria, en 1010, fueron Mubarak y Mudai.
Los acequieros de entonces, çavacequies, incluso en latín porque la palabra no tenía traducción, aparece tanto en los Fueros Valencianos de 1238, como en los Fueros de Aragón en 1247, refiriendo que la regulación debía someterse a la misma normativa que “en temps de sarrahins”, o sea mucho antes de la llegada de los repobladores “cristianos” (Borrull, en las Cortes de Cádiz, dató en 960; creo que anterior).
En la actualidad a los acequieros se les llama “síndics” (acequias: Quart, Benàger-Faitanar, Tormos, Mislata, Mestalla, Favara, Rascanya y Rovella), y quien quiera ver “su sistema judicial”, no tiene más que plantarse en la puerta de los Apóstoles de la Catedral (antes Mezquita), un jueves (víspera del viernes musulmán).
Bien, pues aquellos musulmanes valencianos aclimataron las alcachofas, las berenjenas, los pepinos, las judías verdes, la cebolla, el nabo, las acelgas, el naranjo amargo, el limón, el arroz, la sandía, el altramuz, el albaricoque, el algodón, el azafrán, ¿sigo?. Existió una escuela agronómica andalusí. Los tratados sobre técnicas agrícolas fueron notorios. Y consecuentemente conocimos los jardines botánicos, y los aspectos curativos y medicinales de las hierbas y plantas.
Sin necesidad de ser un “lince científico”, que no “enredador político”, cuando cualquier persona del pueblo llano sabe que la agricultura es una forma de “cultura” y que nuestros musulmanes sabían acerca de la prospección, captación, elevación, almacenamiento, distribución y uso de las aguas; sabe que la palabra zahorí no es romance, sino árabe, “Zuhari”; sabe que las “huertas de moros” del Berita de Onda se regaban de una fuente próxima; sabe que el término “al-marjal” es árabe, sin equivalente latino; sabe que el actual Tribunal de las Aguas, secular, “venció” incluso las reticencias del texto constitucional; y sabe tantas y más cosas, como mínimo se plantea esta interrogante. ¿Quién o quienes, repobladores, nos trajeron, y claro, nos enseñaron, esta “cultura” de la tierra, nos implantaron este Tribunal de las Aguas, que ellos no tenían, ni tienen?. La verdad siempre ridiculiza a los iconoclastas culturales.