Per José Vicente Gómez Bayarri
Entre las muchas funciones que han desempeñado las madres, dentro del ámbito familiar, a lo largo de la historia de la Humanidad, cabe subrayar el de ser artífices de la transmisión de hábitos lingüísticos.
Durante la Valencia musulmana dos condicionantes, esencialmente, debieron determinar las hablas medievales: la función socio-familiar de la mujer y la realidad educativa medieval.
Debemos tener presente, que los ejércitos islámicos, que invadieron la Península a partir del 711, estaban constituidos, fundamentalmente, por grupos étnicos de árabes, berberiscos, sirios, etc. Estos colectivos trajeron consigo un reducido número de mujeres, lo que les indujo a desposarse con nativas hispano-visigodas. A pesar que el derecho musulmán es eminentemente religioso y, en teoría, algunos preceptos canónicos ortodoxos supusieran alguna traba para el vínculo matrimonial, en la práctica, varias de estas disposiciones fueron observadas con laxitud y los matrimonios mixtos fueron abundantes en Al-Andalus, no sólo en el momento de la invasión sino en períodos posteriores. El casarse con mujeres nativas cristianas fue muy estimado, incluso en la familia real de los Banu Omeya.
Si fijáramos matemáticamente el elemento raza, como hizo el arabista valenciano Julián Ribera en el Cancionero de Abencuzmán, teniendo en cuenta, la línea materna, y adjudicando a esta la misma proporción que a la paterna, tendríamos que el mismísimo califa Omeya Hixem II, en cuya genealogía predominan los apellidos árabes, el elemento raza no tiene, ni siquiera una milésima.
El resultado concluyente fue la aparición de familias mixtas, formadas en primera generación por parte procedente de las etnias invasoras y madre hispano-visigoda, esto supondrá el inicio de una simbiosis cultural de dos civilizaciones distintas.
Los descendientes de los cruzamientos matrimoniales debieron mostrar cierta proclividad al bilingüismo, siendo natural que adoptaran al romance como lengua familiar, dada la influencia de la madre en el aprendizaje de un idioma en la infancia, mientras se reservaría la condición de lengua culta y oficial al árabe.
En tales circunstancias, el romance materno debió constituir el vehículo de expresión de la vida cotidiana familiar y lazo de expresión de la vida sentimental. Así lo atestiguan las canciones de amor, amplio repertorio henchido de amable dulzura, y las manifestaciones del modo de ser y sentir plasmadas en las canciones populares arábigo-andaluzas y en las mozarábigas. Debieron ser las canciones amorosas y sentimentales las que originaron las formas típicas de la poesía arábiga: la “moaxaja” y el “zejel”.
Dos factores condicionan los cambios sociolingüísticos:
a) El factor étnico. Las invasiones no produjeron mutaciones étnicas sensibles en la costa del Levante peninsular desde el Neolítico hasta la actualidad, según han puesto de manifiesto las investigaciones antropológicas llevadas a cabo por M. Fusté.
b) El factor lingüístico. La lengua arábiga que introdujeron fue asimilando elementos fonológicos propios del habla nativa de los autóctonos, así como elementos morfológicos y léxicos, circunstancia que ha quedado plasmado en el “corpus toponímico valenciano”.
Desde el punto de vista docente la falta de un sistema educativo generalizado y de medios materiales y humanos complicaría la trasplantación excluyente a toda la población del idioma arábigo, lengua de tronco lingüístico muy distinto al “romanç” usado por la población autóctona.
En general, se puede afirmar, que el reducido número de nuevos pobladores, sus procedencias étnicas, culturales y lingüísticas, el papel desempeñado por la madre como transmisora de hábitos lingüísticos, las precarias condiciones docentes, la tolerancia, el mestizaje, etc., haría casi imposible una total absorción y asimilación lingüístico-cultural arábiga única y generalizada que aniquilara completamente la lengua vernácula.