Per Baltasar Bueno
Siempre me he resistido a creer que el pueblo valenciano es "meninfot", la afirmación, despectiva en mi humilde parecer, una opinión como otra cualquiera, la rechazaba de plano y pretendía rebatirla allá donde se producía.
Con el paso del tiempo, después de ver y oír muchas cosas, he de plegarme a que sí lo es. Es cierto que los valencianos somos “meninfots”, pasotas, tranquilos, fáciles y baratos de agradar y complacer.
Una paella, una verbena, una cabalgata, una mascletà y para de contar. Con eso nos arreglan el año o la temporada. Somos así, mal que nos pese y los que controlan las masas, la política lo saben.
Nos han cogido el tranquillo y vamos de fiesta en fiesta. La ciudad, los pueblos, la Comunidad es una gran fiesta, mientras que en lo tocante, sus habitantes, los valencianos, vivimos de espaldas a los ideales que decimos creer, profesar y defender.
Pero nada de eso. Los valencianos no demostramos con hechos, con realidades, la fe que decimos tener. Nos da igual ocho que ochenta. Nos las dan todas, todos los días, en los dos carrillos. Recibimos bofetadas hasta en el carnet de identidad y no pasa nada y si pasa no importa, con tal de que la juerga no falte.
El sentimiento valencianista ha emigrado de la mayoría de los valencianos, al tiempo que se está imponiendo por la fuerza el catalanismo y se habla con total naturalidad de catalán, en contra de la larga y honrosa tradición en denominar a la nuestra como Lengua Valenciana.
Pasamos cantidad de todo y en lo tocante a nuestras señas de identidad mucho más. Hemos arriado las banderas del valencianismo y en su lugar hemos izado las banderas de la desidia, del meninfotismo.
El valencianismo ha abandonado sus posiciones, sus creencias, sus convicciones. Ha confundido el circo con el credo y se ha dejado arrastrar por los oropeles y lentejuelas, por el pasodoble y la traca.
A este funeral ha contribuido en gran manera el Gobierno que debiera ser valenciano y no lo es, que debiera estar orgulloso de practicar políticas de valencianidad.
Todo lo contrario, ha machacado, en su provecho electoral, cualquier atisbo emergente de valencianismo. Ha utilizado todas las artes posibles para masacrarlo y hacerlo desaparecer.
La situación está así. Y la pregunta: “¿Existe el valencianismo?”.