Per Germán Reguillo
Dicen los historiadores que la toma de la ciudad de Morella en el año 1232, marca el inicio de la reconquista de los territorios que después formarían parte del llamado Reino de Valencia. Sabemos que el gran rey conquistador hizo varios testamentos dividiendo la corona entre sus hijos. Los historiadores pancatalanistas afirman que estos territorios, aunque divididos políticamente, sin embargo permanecían unidos por el vínculo superior y común de la lengua catalana. Este vínculo común, en virtud de una simple ecuación que equipara la lengua con el territorio, marca el momento histórico del nacimiento de los futuros Países Catalanes.
La perplejidad aparece cuando han tenido que pasar más de siete siglos para que los valencianos descubriéramos nuestra catalanidad y nuestra pertenencia política a una gran nación llamada los Paisos Catalans. Con este silogismo, y quizás con más razones históricas, nosotros podríamos reivindicar la españolidad política de América del Sur o de una buena parte de los Estados Unidos. Pero desgraciadamente, el nacionalismo utiliza la lengua como el pretexto político de su expansión imperialista. En ocasiones, pienso que quizás no sea la lengua lo que más les importe. Por ejemplo, Joan Fuster, a la hora de justificar la permanencia de los territorios castellano hablantes en nuestra querida Valencia, no utiliza la ecuación citada: lengua es igual a territorio. No. Sencillamente nos califica desdeñosamente como los anexos sin importancia, que, en modo alguno, alteran la esencia catalana de Valencia. Todo menos reconocer la realidad de nuestro mestizaje cultural, que no reconocerán nunca.
El catalán es una bella lengua, un vaso de agua clara, como acertadamente decía Pemán. He vivido siete años en Cataluña y quiero profundamente a esta bella tierra. Siento admiración por el elegante catalán que se habla en Gerona y por la honradez y laboriosidad de sus buenas gentes. Aprendí mucho de mis prolongadas estancias en Gerona y en Tarragona. Allí nacieron tres de mis cuatro hijos y allí crecen dos de mis cuatro nietos, seguidores entusiastas del Barça, por cierto, pero que también se sienten orgullosos con las victorias de Rafa Nadal, de Pau Gasol, o de la selección española de fútbol en
Este nacionalismo agresivo e intolerante, desgraciadamente mueve sus peones con cierta inteligencia y oportunidad en Aragón –aconsejo leer los estupendos análisis de nuestro colaborador el profesor Günther Zevallos-, en Cataluña, Baleares y en Valencia. Y desgraciadamente, contando con la complicidad del partido socialista. En Valencia algunos ilusos aguardábamos que el pasado congreso de los socialistas valencianos suprimiera el postizo incongruente de País Valenciá y retomara su genuina naturaleza de Partido Socialista Obrero Español.
Y como dice el refrán que no se pueden poner puertas al campo, estos días pasados hemos leído con esperanza las declaraciones de un ilustre científico, el doctor Antoni Giró, rector de