Per Eliseo Forcada Campos
El nombre de Israel se lo impuso Dios a Jacob y es indicativo de nobleza de estirpe beneficiada por los deseos de Dios. Los Judíos de Palestina se llamaban israelitas, mientras que para los de la Diáspora, este nombre tiene un sentido religioso, como un nombre destinado a un pueblo por un llamamiento divino. No todos los judíos nacidos en Israel son israelitas, este término es bastante ambiguo, en realidad para los cristianos, los judíos que aceptan el Evangelio son el verdadero cuerpo de Israel.
San Pablo pertenecía al pueblo de Israel, en varias ocasiones habla de ello en sus cartas y se sentía orgulloso de su herencia judía. Pero no estaba orgulloso de ello por razones biológicas, o porque creyera en la superioridad del pueblo hebreo; sus razones eran simplemente por la promesas hechas por Dios a Israel.
Los judíos eran para San Pablo, un pueblo totalmente separado de los demás, a fin de que llevara a cabo la misión encomendada por Dios. “Cuando Dios envió a su Hijo a salvar a los gentiles, obró así por pura misericordia; pero enviándolo al Pueblo de Israel será fiel asimismo cumpliendo sus propias promesas” (Rom.15,8)
Los judíos son el pueblo adoptado como hijo por Yavéh. Esto ya se decía en tiempos de Moisés”Israel es mi hijo primogénito” (Ex. 4.22). Hay que tener en cuenta que esta filiación es distinta en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. En el primero se habla de Israel como un todo y al mismo tiempo como Hijo de Dios, sin embargo, en el Nuevo, todos somos hermanos de Cristo e hijos del Padre Eterno.
A Dios siempre le ha gustado habitar entre su Pueblo. En el Exodo lo vemos en numerosas ocasiones. En el año 587 A.C., el profeta Ezequiel tuvo una visión, en la cual la gloria de Dios, estaba abandonando el Templo; pero el mismo profeta previó que la gloria de Dios volvería al Santuario edificado (EZ.43 1-4). La lista de privilegios es larga. Mientras todas las naciones del mundo adoraban ídolos, Israel fue el único pueblo que adoraba a Dios (Ex. 3.12)
Dios exigía que la alianza hecha en el Sinaí, y la gloria que les manifestó en adelante, estuviera relacionada con el tabernáculo y posteriormente con el Templo de Jerusalén. El Rey Salomón pronunció en su tiempo la siguiente oración: ”Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cualquier cosa que pidan en este lugar; óyelos desde el lugar de tu morada en los cielos, y cuando los oigas muestra tu misericordia” (3 Rey 8,30).
Para San Pablo los judíos han recibido las promesas divinas que anunciaban la edad mesiánica. Primeramente están las promesas hechas por Dios a Abraham y a su posteridad, (Gen13,14; 15.18.; 17, 3-8; 22, 17-18), posteriormente a Isaac (Gen 26,3), a Jacob (Gen. 28
13-14) y sobre estas promesas se basan otras hechas posteriormente, referidas a la tierra prometida, prosperidad del pueblo, etc…
Además de estas promesas hay otras referidas concretamente a la persona del Mesías. Están basadas en la primera promesa hecha por Dios a David, en el sentido de que un heredero de su trono gobernaría un reino eterno (varias alusiones en el Libro de los Reyes).
Eliseo Forcada Campos
Asociación Cultural Cardona Vives