De asesores a liberados
Per Obdulio Jovaní Puig
Más allá de tantos escurridizos eufemismos lanzados a voleo, de tantas opiniones sembradas al tresbolillo acerca de la «crisis», todo lo hubiera resumido Quevedo así: «Ya no hay qué prestar sino paciencia». Con ella, sentados a la puerta de casa veremos pasar los cadáveres de tantos abducidos de causa, de tantos estremecidos de acatamiento en ofrendas solícitas, todos juramentados de obediencia, enarbolando memoriales de servicios prestados, todos de ancha conciencia y maroma gruesa para amarrarse al presupuesto.
Desde Cornelio Nepote a esta parte, se ha pasado del parentesco a la conmilitancia como quien pasa del blanco para el marisco al tinto para el entrecot. Y de postre: tiramisú servil a destajo. Volvemos al ¡Colócanos a todos! de los tiempos de las cesantías políticas. Solo cambia el nombre: ahora son asesores, socorrida profesión. Antes tenían que adaptarse, condicionados por la alternancia del partido titular en los comederos del poder, ahora tienen mesa puesta permanentemente. No hay cargo público que no se arrope en ellos, en esos coros de mandaos de alto standing remunerativo, muchos de los cuales ni están ni se les espera.
Unos están entrenados para negar lo evidente, otros para contar los pasos perdidos, otros para tapar vergüenzas, los hay preparados para decir nones, verdades a medias, falsedades enteras, para justificar errores a toro pasado, para blanquear lo negro, para acorralar contrarios — ¡asesinos, asesinos! — para teclear el ¡pásalo!; los hay expertos en esparadrapos para cerrar bocas, para gorgoritear sofismas de parrafada larga, para hacerle pasillo y claque al asesorado, antes cacique.
Ya se sabe que en artes de majeza y picardía la primera virtud es la osadía, la segunda vitud el desparpajo.Todo vale con tal de que pase por el tamiz de las faltriqueras...
Y están los liberados. No digo de los sindicales, que ellos solos llenarían un tomo del espasa y se podrían sumar a los lazarillos, guzmanes, buscones, rinconetes y cortadillos de nuestra picaresca clásica. Digo de los liberados de lengua, ilustrados de casal Jaime I que aspiran a llevar en su bolsillo una carta foral — como dirá Ganivet —; en el otro un contrato indefinido, blindado, con fines vegetativos y rapaces.
A ellos les son aplicables estas palabras de Manuel Alvar, ilustre académico benicarlando: «Me quedo con el hombre creador de lenguas, antes que las codificaciones gramaticales hayan matado la palabra viva».
Miles de matones de aula fueron entrenados para eliminar todas las que se desvíen del estandar políticamente correcto. Los comisarios políticos se cuentan por miles en los correccionales lingüísticos, colocándoles aciales en la boca a los alumnos que les impidan decir «pareix» y digan «sembla», «davall» y no «baix», «avaría» y no «avería», «tot i que» y no «encara», «allò qué o la qual cosa»...
Digo también de la Universidad de Castellón, el Tribunal Supremo les ha suspendido sus intentos de retranqueo cultural, que no encuentran su universalidad mas allá de «les coromines del maset». Digo de la de Valencia, a la que el Supremo le ha confirmado lo del «catalán académico».
Ya se sabe, en las universidades llaman «asinus pollinus» a lo que en la calle llamamos burro. Y digo de la AVL que propuso llamar Sogorb a Segorbe y les han dicho que nanay.
Frente a su casona cruzan a diario los féretros de palabras vivas que llevan a enterrar. No llevarán luto por ellas, no les duelen. En su refectorio están por las palabras «cultas», por una lengua hostil, corporalizadora de la «diferencia» con otra. Con esta en la que esto escribo, sí.