Hay que “votar” muchas veces cada día

En las elecciones USA, junto a la elección presidencial, se han sometido a referéndum varias decenas de cuestiones importantes. Ha destacado la proposición de reservar la definición de matrimonio en exclusiva a “la unión entre un hombre y una mujer”, que significa, en sentido contrario, la prohibición de definir como matrimonio las convivencias homosexuales y, también, las polígamas y promiscuas, pues todas esas no son “entre un solo hombre y una sola mujer”. En Arizona la proposición de blindaje del matrimonio (la 102) ganó por un 56%. En California (Proposición 8) venció por un 53%. Y en Florida (Enmienda 2) por un 62%. Lo que hoy queremos señalar a nuestros lectores, a propósito de la experiencia americana, es el déficit democrático de España. Aquí se imponen desde el Gobierno ingenierías sectarias sobre realidades muy importantes, atribuyendo presuntos sentimientos mayoritarios a una ciudadanía cuya voluntad real se ha manipulado o suplantado ¿Cómo se hace este engaño sistemático?

Se hace edificando un nuevo absolutismo mediante una simulación de democracia. Votamos una vez cada cuatro años (en generales y en autonómicas). Votamos listas cerradas. Y sólo votamos la composición de los parlamentos. No nos dejan votar sobre nada más. Esos diputados, en vez de responder a sus electores, están sometidos a férrea disciplina de la cúpula del partido y de su líder. De este modo, la representación política de los diputados, más que del pueblo, es del partido y su cúpula. La democracia se transforma en partitocracia. La voluntad popular real es sustituida por la de los líderes de la partitocracia. El más poderoso, el jefe del ejecutivo.

Esta partitocracia cerrada promueve tres nuevos déficits democráticos. El primero: una desmedida concentración de poder en manos del líder ganador, con su cúpula cortesana. El segundo: un asalto del líder del ejecutivo a la independencia de los otros poderes del Estado de Derecho. No sólo del legislativo y del judicial, que ya es grave, sino también sobre el “cuarto poder” (los medios de comunicación), las instituciones que debieran intervenir y fiscalizar, los sindicatos, los órganos reguladores y de control de la actividad económica o social más importantes, y la presión constante sobre otros ámbitos como el cultural, científico y universitario, el artístico y otros movimientos organizados, forzando su sometimiento. El tercero: una desnaturalización de ámbitos y realidades que, no respetadas en su naturaleza e independencia, pasan a politizarse, es decir, a ser “recreación política” sometidas al imperio ideológico del Gobierno. Recientes ejemplos concretos en España han sido las imposiciones del matrimonio a las convivencias homosexuales y de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Hay muchas más y en muchos ámbitos.

La justificación de este “nuevo absolutismo” se basa en la legitimidad democrática. El líder ha sido elegido por sufragio universal. Afirmación cierta de la que se extrae una conclusión perversa. A saber, que todo lo que decide es en representación de la voluntad popular. En el Ancien Régime el alcance absoluto de la voluntad del Rey basaba su legitimidad en la gracia y voluntad de Dios. Ahora, el fundamento “divino” ha sido sustituido por el fundamento “popular”. Pero el “absolutismo” puede ser mucho mayor si la “soberanía popular”, como ocurrió con el abuso de Dios en el Antiguo Régimen, se convierte en excusa retórica para, manipulando o suplantando por sistema la voluntad popular, imponer lo que le venga en gana.

Para evitar este “nuevo absolutismo” es necesario “personalizar” a cada ciudadano. Conseguirle cuantas más ocasiones de “votar”. Hacerlo sobre multitud de ámbitos y temas que afectan a sus libertades, derechos, valores y modelo de vida. Es imprescindible recuperar la vida real y la naturaleza de las cosas, con sus verdades, evitando que las politicen y, desvirtuada su verdad y vacías de realidad, las cambien por imposiciones ideológicas. Es urgente romper las listas cerradas que generan partitocracia y casta política.

Obviamente, la voluntad popular, aun exquisitamente demócratica, no es la fuente de la naturaleza real de las cosas y de su verdad. La voluntad mayoritaria, por ejemplo, puede legalizar la esclavitud o la pena de muerte para delitos económicos, pero no las puede justificar. La simple legalidad no es sinónimo de justicia. No obstante, una mayor frecuencia y más ricos cauces de expresión de la voluntad popular pueden ayudar a limitar el “nuevo absolutismo” si se dan ciertas condiciones. La primera, tal vez la básica y decisiva, es el despertar de cada persona singular. De su conciencia, de su libertad y de su responsabilidad. Cada persona tiene que tomar el gusto a “votar” varias veces al día, eligiendo o desechando lo que está de acuerdo con sus convicciones o las corroe y ello en las diversas ocasiones de “optar” que ofrece la vida diaria. Debe manifestar a su entorno familiar, profesional y social estas “elecciones”, provocando la aparición de nuevos cauces de expresión de la vida real. Además, como muestra la experiencia norteamericana, ciertas cuestiones de objetiva importancia social deben ser reservadas al voto directo de la voluntad popular. No es tolerable que el jefe del ejecutivo, como nuevo monarca absoluto, nos intermedie y nos diga cuál es nuestra voluntad, ayudándose de su aparato de propaganda mediática y un disimulado – no siempre – sistema de amenaza y coerción. ¡Que nos la dejen expresar a nosotros directa, inmediata y libremente! El nuevo absolutismo necesita una colectividad de borregos ignorantes y sumisos. Por eso, el antídoto a esta nueva forma de tiranía es una sociedad de personas. Las libertades son para la persona, no para el poder. Y evitándonos ejercicios de libertad, lo que nos dejamos secuestrar es nuestra voluntad.

•     Editorial del diari “Alba” del 14 al 20 de novembre de 2008.

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