Per Eliseo Forcada Campos
Jerusalén ciudad eterna. Estaba ese día el 14 de Nisan, en el calendario hebreo, rebosante de peregrinos que habían acudido de dentro y fuera de la nación. Un hecho sin importancia ocurrió ese día. Un hombre fue crucificado. Se le acusó de agitar al pueblo, de negarse a pagar el tributo al Emperador de Roma, de fomentar la rebelión. Con él a su derecha e izquierda ejecutaron a dos hombres más por los mismos motivos. Encima de la cruz, y sobre el tablero vertical del que estaba en medio, le fue colocado un letrero que rezaba: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos “. La verdad es que nadie le había oído llamarse así, ni tampoco nadie escuchó de él una palabra que alentara a la resistencia o rebelión armada. Tal vez ese hombre fuera sólo un visionario ya que Galilea era tierra de visionarios y de nacionalistas. El representaba tener unos treinta años. Sea como fuere los Sumos Sacerdotes de Jerusalén lo consideraron peligroso, ya que sus enseñanzas y el atractivo de su comportamiento podía poner en peligro el destino de todo un pueblo. Antes de que cayera la tarde y diera comienzo la Fiesta que cada año recuerda a los judíos que sus padres, esclavos de Egipto, fueron liberados por Dios de la esclavitud, este hombre había muerto ya. De ese modo sus cuerpos ya no quedarían allí colgados profanando la santidad del Pesaj y todo el mundo podía celebrar el Seder y cantar los salmos del Hallel. Al principio este asunto no tuvo la menor importancia, de hecho muy pocas personas intervinieron directamente. Una ínfima cantidad de individuos se enteró del acto en sí; de un total de 150 mil personas que aquel año había en Jerusalén por la Pascua. Poncio Pilato, el perfecto romano, condenó a la cruz al galileo como uno más de los muchos que había ajusticiado. Tampoco preocupó mucho a las ricas familias de Jerusalén, colaboracionistas con el poder romano. Sin embargo aquel año no todo fue normal. El galileo, durante el breve tiempo de su predicación, había logrado reunir en torno suyo a un pequeño grupo de discípulos, y éstos, pasados los primeros instantes de conmoción empezaron a transmitir que su Maestro había resucitado. María de Magdala y las demás mujeres; todos comenzaron a vivir la experiencia de que Jesús vivía: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Tocadme y miradme” (Lc 24,39). Habían pasado siete semanas desde el Pesaj, desde la tarde que colgaron a Jesús fuera de las murallas de Jerusalén. Se celebraba Sabbuot, fiesta de la siega. Era el 6 de Siván del año 30 de nuestra Era que correspondería con el 27 de Mayo. Sobre estas fechas suele soplar del desierto viento cargado de polvo y bastante caliente. Sin embargo: “El día de Pentecostés de repente sonó desde el cielo un fragor como de viento que irrumpe impetuoso y llenó toda la casa donde estaban (los apóstoles con algunas mujeres y también la madre de Jesús) y se les dejaron ver unas lenguas de fuego, que se iban repartiendo y se posaron sobre cada uno de ellos, y todos se llenaron de Espíritu Santo…(Hch 2,1-4). ¿Por qué crucificaron a Jesús? ¿Quienes intervinieron en su muerte? ¿Cómo se desarrollaron los hechos? ¿Por qué no se libró de sus enemigos?. Todas estas preguntas se hicieron los primeros cristianos y también nos las hacemos nosotros. Eliseo Forcada Campos. Asociación Cultural Cardona Vives