Per César Vidal
No descubro nada si confieso que amo entrañablemente Valencia. Cuando era niño pasé varios veranos en la cercanía de su mar y aprendí a entender su lengua y a recrearme en sus sonidos diferentes del castellano y el francés que yo hablaba, pero no por ello menos musicales. Con el tiempo conocería las aguas que bañaban sus costas mirándolas desde Cataluña y desde Portugal, desde Grecia y desde Andalucía. Sin embargo, en aquellos primeros años, para mí el Mare Nostrum fue, esencial y medularmente, un mar valenciano. Quizá porque siempre he tenido claro que Valencia también poseía un hecho diferencial tan acentuado o más que el de otras regiones españolas, pero no por ello se empeñaba en enfrentarse con sus hermanas de las islas o de la Península, determinados episodios me duelen de una manera especial. De entre ellos el que más congoja me causa es el del comportamiento injusto, desconsiderado, chulesco que descarga sobre Valencia y su lengua el nacionalismo catalán.
En los últimos días, las muestras no han sido, lamentablemente, escasas. Después de la afrenta insolidaria e injustificable de intentar privar a esa tierra, como a la cercana de Murcia, del agua del Ebro, los nacionalistas catalanes han vuelto a la carga arremetiendo contra la existencia del valenciano como lengua diferenciada.
No pasaría nada ciertamente si el valenciano fuera un simple dialecto del catalán. Sucede simplemente que no es verdad y que además tras esa afirmación no se halla una mera cuestión de discusión científica sino un verdadero programa de absorción de Valencia –el reino de Valencia– en unos inexistentes «Paisos catalans» capitaneados por una Cataluña que nunca fue reino.
De entrada hay que comenzar diciendo que el valenciano nunca fue catalán. Cuando las huestes aragonesas de Jaime el Conquistador recuperaron Valencia de manos de los invasores islámicos –una labor en que les había precedido efímeramente el Cid castellano– encontraron a una población que hablaba en una lengua romance que podían entender sin mucha dificultad, pero que no era, ni mucho menos, el catalán. El «Llibre del Repartiment» –estudiado entre otros por Huici, Cabanes y Ubieto– deja claramente de manifiesto que la lengua valenciana no llegó con las tropas del rey conquistador, primero, porque en su mayoría esas fuerzas procedían de Aragón y no de Cataluña, y, segundo, porque los pocos catalanes que vinieron no se asentaron en las áreas valenciano parlantes.
No resulta extraño que el gallardo monarca hiciera referencia a la «llengua valenciana» de aquellos valencianos y que nunca pretendiera identificarla con el catalán. El valenciano había alcanzado una verdadera edad áurea a finales de la Edad Media precediendo en ese esplendor a las propias ciudades italianas donde resplandecería el Renacimiento.
Por supuesto, tan claro resultaba a la sazón que valenciano y catalán eran distintos que el valenciano de Gandía, Joanot Martorell, de nuevo se me llena de recuerdos gratos el corazón, señala en su obra maestra «Tirant lo Blanch» que escribe en «valenciano vulgar» pero no en catalán. Martorell –que causó la admiración del alcalaíno Cervantes hasta el punto de que su novela es uno de los pocos libros que se salvó de ser expurgado de la biblioteca de don Quijote– ha sido objeto de la codicia del nacionalismo catalán desde hace tiempo y por ello no extraña que en alguna edición de su libro publicada en Cataluña se haya suprimido sin el menor reparo su referencia a la lengua valenciana. Es sólo un botón de muestra del delirio al que se puede llegar empeñados en convertir un reino en sucursal de Cataluña que nunca alcanzó esa categoría.
Algún día se sabrá el dinero que el nacionalismo catalán ha gastado en intentar subyugar a la lengua valenciana como también lo intenta con la balear o con los dialectos aragoneses de la denominada Franja.
No pasa de ser un intento de sumisión propio del más rancio imperialismo. Precisamente por eso, hoy, cuando el partido socialista –hipotecado al nacionalismo catalán– ha llegado hasta el punto de negarse a defender la lengua valenciana en el Parlamento autonómico de esta comunidad, tengo la sensación de que, más que nunca, el valenciano debe ser defendido. Debe serlo porque es un patrimonio que enriquece y enorgullece a los españoles, sin excluir a los que como yo no lo tenemos como lengua natal.
Debe serlo porque es intolerable que precisamente aquellos que se jactan de no ser españoles, que reniegan de nuestro pasado histórico y que no pierden ocasión de atacar a la patria común encima pretendan reducir el legado de una hermosa lengua peninsular a un mísero y menor capítulo de la suya.
Articul publicat en el periodic "La Razón", el 19.9.2004.