Interculturalidad o racismo

Per Cesáreo Jarabo

Procuro mantenerme inasequible a las formas y a las costumbres de los sofistas; no obstante, debo reconocer que sus conceptos, en ocasiones, dejan herrumbre en mis neuronas. Una de las cuestiones que tal ha conseguido es, sin duda, algo que llevan algún tiempo laborando: lo que denominan “interculturalidad”.

¿Qué es interculturalidad? Realmente presentan la cuestión de una manera con la que consiguen crear la citada herrumbre en las mentes que se mantienen distantes de sus conceptos; ¡qué llegará a acumulase en las mentes no precavidas!

¿Qué pretenden transmitir los sofistas con este eufemismo? Me temo que, como siempre, nada positivo. Los sofistas siempre han sido materialistas y racistas; lo han demostrado de manera contundente a lo largo de la historia, y limitándonos a los momentos más cercanos nos encontramos con el apartheid o con la cacería de indígenas que con tanta eficiencia han desarrollado los anglosajones a lo largo de la historia y hasta ya avanzadísimo el siglo XX.

Sin embargo, y desde hace un par de décadas nos están bombardeando con el citado eufemismo. Y ¿por qué afirmo que “interculturalidad” es un eufemismo? ¿Y un eufemismo de racismo?... Por quién lo impone y para qué lo impone.

A lo largo de la historia, nuestra cultura, Roma, España... ha conquistado tierras y hombres con los que se ha integrado conformando una sola raza humana en la que primaban cuestiones que nada tenían que ver con el color de la piel o con las costumbres humanistas; una sola raza humana en que se reconocían como valores culturales extraordinarios cada una de las cualidades propias de cada quién... pero siempre subordinadas a un principio superior que tendía a Dios... y a otros principios de inferior valor pero siempre superiores a los estrictamente individuales (de las personas o de los pueblos), que facilitaban el mestizaje.

A lo largo de esa misma historia, principios que nada tenían que ver con el Humanismo Cristiano, heredero del humanismo clásico, eran defendidos por los herederos de los primeros sofistas, quienes arrasaban los lugares que tenían la desgracia de conocer su visita (pensemos en la aniquilación de los indígenas norteamericanos; las cacerías llevadas a cabo en Australia sobre los aborígenes, el apartheid de Sudáfrica o la discriminación sufrida por quienes no eran de raza noreuropea en los EE.UU.)... y por supuesto combatían el mestizaje... ¿Y todo hasta ayer mismo? No... Todo hoy... y todo el mañana representado por la “interculturalidad”.

Justo ese mismo ayer en que, habiéndose percatado de la armonía humana existente en el mundo de tradición romana, española, y atentos al peligro que para su propio bienestar podía significar ese ejemplo con el desarrollo de las comunicaciones, decidieron seguir manipulando, implantando el racismo mediante la “interculturalidad”.

Con ese eufemismo pretenden erradicar la Humanidad; pretenden perpetuar la separación y el racismo, añadiendo al asunto un nuevo insulto para quienes siempre hemos sido contrarios al racismo; para quienes siempre hemos visto en los demás a hermanos. Pretenden, nada menos, que identificar en el adjetivo los principios racistas, al tiempo que transmiten la palabra “racista”, por supuesto vacía de contenido, pero lanzada como estigma, justamente contra quienes por historia y por cultura somos contrarios al mismo.

Con la “interculturalidad” se perpetúa, de manera manifiesta, la separación. Con la “interculturalidad”, supuestamente, todos somos iguales, pero siempre que nos mantengamos dentro de nuestro propio gueto, inconexos con el resto de la humanidad. Con la “interculturalidad”, supuestamente, se respeta la idiosincrasia de cada grupo social, siendo la realidad bien distinta, ya que lo único que acaba consagrándose es lo peor de cada grupo social, y erradicándose lo mejor de cada uno, que queda limitado a una supuesta protección, y cada grupo es manifiestamente racista con respecto a los demás, sin que ninguno de ellos destaque por la lacra. Es la “interculturalidad”, así, un medio de protección y exaltación del más feroz de los racismos.

Y la “interculturalidad” es una base firme del sistema. Bien, ¡Nada con el sistema!

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Nadie podrá asegurar que el valenciano y el mallorquín sean dialectos del catalán en el verdadero sentido de la palabra. Los tres se han desarrollado con absoluta simultaneidad de tiempo y divergencias léxicas, sin influirse mutuamente
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