Per Cesáreo Jarabo
Casi todos se han rasgado las vestiduras ante los gravísimos acontecimientos del pasado día 6 en Pozuelo de Alarcón, donde una horda de jóvenes atacó y puso en jaque a una comisaría de policía.
A partir de este gravísimo hecho, políticos y periodistas han cargado las tintas, de forma merecida, sobre los progenitores de esos asaltantes... y ahí han dejado el asunto, sin llegar un poco más lejos; sin permitir tan siquiera que se apunte el crisol del problema.
Hay quién ha ido un poco más lejos, y ha achacado el asunto a la problemática del paro... y parece que, como en el caso de los progenitores, no anda descaminado en la denuncia. Pero aún hay que ir más lejos... Y hay quién lo ha hecho y ha culpabilizado del asunto al sistema educativo... Y tiene razón. Pero aún hay que ir más lejos, y también ha existido quién lo ha hecho, denunciando que los culpables son los políticos... Y también tiene razón.
Lógicamente los señalados con el dedo han protestado de las acusaciones; los padres, ya contraeducados en un sistema que basa todos sus valores en la satisfacción de los propios caprichos y en el desprecio de los demás, se inhiben; y los políticos, culpables absolutos de la sentina social que hoy es España, niegan la mayor y responsabilizan en exclusiva a quienes están atados no sólo neuronalmente, sino también legislativamente en el asunto: a los padres.
Niegan los políticos que la culpa la tenga el paro, el sistema contraeducativo o ellos mismos; y los políticos, como les es propio, mienten compulsivamente. De tal manera mienten, de tal manera tienen asumida su función que su mentira la ven como única razón.
Hay otra cuestión a señalar en esa actuación: Es dudoso que los agresores actúen libres de la influencia de las drogas, ya que experiencias propias nos indican que estos rebaños de personas, sin estar drogados, carecen del empuje necesario para acometer acciones como la que nos ocupa. Y de que eso sea así, también son responsables los políticos.
Pero los políticos... Tampoco son, a la postre, los responsables absolutos, puesto que no son sino sicarios descerebrados del sistema al que sirven.
El culpable último; el responsable civil, no es otro que el propio sistema en todos sus ámbitos, ya que es el que ha posibilitado con sus leyes la discordia social; es quién ha fomentado la desestructuración de la familia, ha llevado la educación a una sentina de la que es difícil salir, ha idealizado el hedonismo, la falta de respeto por el otro, la desestructuración del ocio y del trabajo... No ha dejado ámbito de la vida sin corromper.
Sí, hay que tomar medidas sobre los culpables directos y sobre sus educadores, pero para hacerlo es necesario cambiar el sistema, reventar el sistema, y aplicar a los culpables del sistema el destino que su perfidia les concede. Y para ello es necesario un mínimo de voluntad de acción por parte de un mínimo de personas que se organicen debidamente.
En nuestras manos está la solución, no en la de los políticos.