La Corona de Aragón ¿fue una confederación catalano-aragonesa?

Per Juan Ferrando Badía

De vez en cuando se oye o se lee que la Corona de Aragón fue una confederación catalano-aragonesa. No es más que un intento catalanista de apropiarse de la obra de Aragón. Claro que de tales posturas pronto surgirán aquellas otras que pretenden sustituir y suplantar la existencia y obra de la Corona de Aragón por la de unos quiméricos ‘países catalanes’. Y es de sobra sabido que es una aberración histórica, traspasada de pretensiones imperialistas, la afirmación de que la Corona de Aragón fue una confederación catalano-aragonesa.

El profesor Ubieto la define así: “Se llama Corona de Aragón al conjunto de hombres y países que estuvieron sometidos a la jurisdicción del monarca que dominaba Aragón, prescindiendo del carácter constitucional de cada territorio, que podía ser un reino (Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Nápoles), un ducado (Atenas y Neopatria), un marquesado (Provenza), un condado (Barcelona, Rosellón y Cerdaña), o un señorío (Montpellier)”. (Temas Valencianos, La Creación de la Corona de Aragón, Valencia 1977, pág. 3).

La creación de la Corona de Aragón comenzó a constituirse en 1137, con los esponsales de la futura reina de Aragón, Petronila, con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV (1131-1162). Y finalizó de una manera definitiva en el siglo XVIII con motivo de la Guerra de Sucesión española. Felipe V, el primer rey Borbón, venció en la Batalla de Almansa el 25 de abril de 1707 a los ejércitos partidarios del archiduque Carlos de Austria, conquistando inmediatamente Valencia el 8 de mayo y Zaragoza el 25 del mismo mes. El 29 de junio de 1707 dictaba un Decreto de Nueva Planta por el que abolía y derogaba los fueros, privilegios, prácticas, costumbres, exenciones y libertades que gozaban los reinos de Aragón y Valencia, sometiéndolos – como expone Ubieto – a las leyes de Castilla y al uso, práctica y forma de gobierno que tenían allí, y a sus tribunales. El final de la Corona de Aragón se consolidó el 12 de septiembre de 1714, cuando Felipe V conquistaba Barcelona y el 3 de julio de 1715 hacía lo propio con la ciudad de Palma de Mallorca. A partir de este momento varios decretos del primer rey Borbón fueron desmontando todas las instituciones de cada uno de los ex-reinos, condados, etc… integrantes de la Corona de Aragón y fueron sustituidos por otros a imagen y semejanza de los vigentes, bien en Castilla o bien en Francia. La Corona de Aragón como entidad geográfica y como institución política había dejado de existir.

Desde el punto de vista de la técnica constitucional, la Corona de Aragón fue “una unión real” que existe cuando la identidad de la persona física del monarca no deriva de una casual coincidencia, sino que es querida por los respectivos ordenamientos de los Estados o por un pacto asociativo que puede ser también tácito entre estos, si bien permaneciendo distintas las coronas de los Estados en cuestión. A la identidad del monarca suele acompañar también la identidad de otros órganos constitucionales y de aquellos órganos que coadyuvan al soberano en el despliegue de sus funciones.

El vínculo que unía entre sí a reinos como el de Mallorca y Valencia, o el condado de Barcelona, era la Corona. Por eso, la Corona de Aragón fue “una unión real”, por tanto, no llegó nunca a ser una “confederación”, ni menos aún una “federación”. Y, por supuesto, jamás fue una “confederación catalano-aragonesa”, como se atrevió a afirmar en 1869, Antonio de Bofarull de Brocá.

Tampoco es cierta la afirmación de J. Reglá (Historia de Cataluña, Madrid, 1978, págs. 43 y ss.) de que “la unión entre los diversos reinos integrantes de la Corona de Aragón, fue de tipo personal… “, y la del Marqués de Lozoya quien también incurre en el mismo error que Bofarull. Dice: “El Reino de Aragón, el principado de Cataluña, el Reino de Valencia y el Reino de Mallorca constituyen una confederación de Estados” (véase el mapa de las cuatro comunidades citadas en la página 60 del Tomo II de “Historia de España” del Marqués de Lozoya, Salvat). Es inaceptable que la Corona de Aragón sea susceptible de ser calificada como confederación catalano-aragonesa, ya que, en sus comienzos, el condado de Barcelona – ni reino, ni principado – fue por el matrimonio de Ramón Berenguer IV con Petronila, la hija de Ramiro II, el Monje, el que se integró en el Reino de Aragón. Y por otro lado es conveniente indicar que tan sólo en 1258, Jaime I, hijo de María de Montpellier y Pedro II de Aragón, firmó con el rey de Francia, Luis IX – que más tarde sería San Luis de Francia – el Tratado de Corbeil, por el que el rey francés renunciaba a su feudo de Cataluña, mientras que Jaime I renunciaba al sur de Francia salvo a su señorío de Montpellier, ciudad que le vio nacer el 1 de febrero de 1208. ¿Cómo podía ser pues una confederación catalano-aragonesa, si Cataluña era un feudo francés, precisamente en la época de mayor auge de la Corona de Aragón?

A modo de conclusión, la Corona de Aragón, venía configurada, pues, por la sumisión a la soberanía de un mismo monarca, pero sin alcanzar la fusión de las estructuras políticas de los reinos que se le unían. El concepto que de la monarquía se tiene en estos países es un concepto “pactista”, por el cual los súbditos quedan sometidos al poder real, únicamente a cambio de que el rey cumpliera el derecho del país.

De tal manera es cierto lo que venimos afirmando de que el vínculo entre los diversos reinos, condados y señoríos era la Corona y, por tanto, que la Corona de Aragón era una “unión real” (no una confederación catalano-aragonesa) que la propia fórmula que el Rey Jaime I, desde el 28 de septiembre de 1238, utiliza en sus documentos bien lo refleja. Dice así: “Nos Jaime, por la gracia de Dios, rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, conde de Barcelona y señor de Montepellier… “

Juan Ferrando Badía. Catedrático Emérito de Derecho Constitucional y Ciencia Política.
Universidad “Rey Juan Carlos” (Madrid). Doctor Honoris Causa.

•     Articul publicat en el periodic “Diario de Valencia”, el 26.4.2003.

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La valenciana, graciosa lengua, con quien sólo la portuguesa puede competir en ser dulce y agradable.
Miguel de Cervantes

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