Per Ricardo García Moya
Aunque en el Reino de Valencia no estamos para asuntos heráldicos -estupefactos ante la inesperada continuidad de la inmersión catalana- comentaré algo sobre el "Els quatre pals", reciente Iibro del conseller heráldico de la Generalidad catalana, Armand de Fluvià, al contener sus páginas fieros mandoblazos contra el historiador aragonés Guillermo Fatas, catedrático de la Universidad de Zaragoza. ¿Motivo?, la sempiterna lucha entre Aragón y Cataluña por poseer las cuatro barras.
Lo curioso es que el egregio conseller también reparte leña a mi persona, involucrándome en la batalla. Por tanto, aunque las refritas tarascadas de Fluvià generen somnolencia, trataré de contestar a la propinada al Tratado de la Real Señera -más conocido como "Señeras valencianas y pendones catalanes"- del que soy convicto y confeso autor.
Habitualmente, los del "Principat" (?) devolvían burlonas sonrisas a los argumentos Valencianos (debates en TVE con Ginér Boira y Vicente Ramos). En esta ocasión, el conseller sugiere a los catalanes que no lean mi libro por ser "un panfleto anticatalán, escrito sin método ni visión histórica" (p.126), aunque él sí lo ha leído... y con provecho. La única novedad que ofrece "Els quatre pals" está copiada de la que dimos a conocer sobre la procedencia castellana de la leyenda de Wifredo el Velloso. Pero, en insólita acción de un investigador, no cita la procedencia.
Armand establece en "Els quatre pals" un antes y un después de Beuter, renacentista amigo de feligresas y de fantasías históricas. Gracias a él, los catalanes presumieron de la bonita leyenda de las barras de sangre, donadas por el emperador de Francia a Wifredo el Velloso en el siglo IX. Todos la incluían en los tratados de heráldica, dejando entrever que estaría basada en hechos verídicos y catalanes. Pues bien, en 1989 dimos a conocer en LAS PROVINClAS (reportaje de Baltasar Bueno, 14-7-89) que era una vulgar copia de otro episodio ocurrido en la toma de Córdoba (año 1236), cuando el rey de Castilla impuso sus dedos ensangrentados sobre el escudo de un noble castellano.
Con este hallazgo terminaba la duda que había torturado a los heraldistas españoles durante siglos. La noticia del origen castellano fue un jarro de agua helada sobre los vexilólogos y heraldistas catalanes; el estupor se adueñó de ellos. La prensa libre ("Diario 16","Heraldo de Aragón","Diario de Burgos"...) divulgó la noticia publicada en LAS PROVINCIAS, e historiadores, como el citado Guillermo Fatas, desde Zaragoza, reconocieron la autenticidad de la misma.
Para hacernos una idea de lo que significaba la leyenda para Cataluña hay que destacar que, aún en 1988, Udina Martorell, director del Archivo de la Corona de Aragón, mareaba la perdiz argumentando: "Los palos gules dados a Wifredo, conde de Barcelona en el 873 nos brinda una fecha y un origen, y fija sin ningún género de dudas su procedencia francesa". Y divagaba que: "Beuter, muerto en 1555, es el introductor de la leyenda. Pero, ¿fue Beuter asimismo el inventor? Eso parece, aunque dice que la encontró en unos papeles. Ahora bien, ¿podíamos creer que, en efecto, existió un manuscrito producido en 1420 por Bernat Boades? Así, la leyenda habría nacido en Boades?" (Udina, F.: "EI escudo de Barcelona, p. 24).
Udina pretendía darle origen catalán al atribuirla al inexistente Bernat Boades, personaje ficticio creado siglos después por la pluma falsificadora del catalán Jalpi. Como era de esperar, Armand de Fluvià oculta los pueriles patinazos de su maestro Udina que, según declara, es el "historiador que més ha tractat el tema dels Quatre Pals" (p.119). Pues lo sentimos, pero las conjeturas sobre las barras de Wifredo terminaron.
En consecuencia, después de reconocer Fluvià que: "Avui sabem que Beuter fou l´adaptador de la Ilegenda" (p.23) y repetir lo que exponemos sobre Beuter y el incunable de Mexia en "Señeras valencianas y pendones catalanes", disimula y pasa a otro tema ¿cómo iba a citarnos sin contradecir su descalificación? Y es que Armand de Fluvià, a pesar de lo que dice "L´Avenç" (junio, .95) no aporta datos inéditos ni "ha desempolvado archivos para desmontar las tesis aragonesas". Como abogado que es -no historiador- el conseller Fluvià se limita a embarullar el tema con datos anacrónicos y manoseados, soslayando los contrarios a su tesis.
Su débil defensa de la catalanidad de las barras ¡cuando no existía tal región!, son patéticas. Por poner un ejemplo, Fluvià recoge escritos que le favorecen del padre Ribera -historiador del siglo XVII-, pero olvida mencionar una prueba definitiva de la aragonesidad de las barras al testificar Ribera que en el siglo XIII (el de Jaime I) los habitantes de Barcelona las llamaban "de Aragón", no de Cataluña o Barcelona (Ribera, M.: "Real Patronato". Barcelona 1625, p.25). Este es el método científico de Fluvià, aunque su panegirista Eulàlia Duran i Grau admire en él la "seva solidesa i feina d´advocats, no d´historiadors".
Fluvià sigue la tradición del manuscrito Ms A-98 del Instituto Nacional Municipal de Historia de Barcelona. Tras el estremecedor título, "Armas del Principado de Catalunya, quatro barras bermejas, defendido y probado por don Pablo Belmasec, año 1693", uno espera encontrar la prueba definitiva de que Cap de Estopa (siglo XI) bailaba sardanas empuñando la cuatribarrada; pero el manuscrito contiene una singular defensa mística del símbolo, con paradigmas sobre el Génesis, Artajerjes o Casiodoro.
De igual modo, aunque modernizado; todo indica que "Els quatre pals" del conseller cumple función placebo para el pueblo catalán: no contiene colesterol, es biodegradable, nutre la egolatría y hace que los participantes de la Diada no se sonrojen al enarbolar las cuatro barras, sabiendo que son aragonesas.