Per Cesáreo Jarabo
Desde que hace algunos años la invasión cultural anglosajona inició su gran ataque en todos los frentes contra la superior y sumamente pasiva cultura hispánica, no he entendido la simplería de las personas que de manera incauta la han seguido. Me he limitado a burlarme de ellos y del abismo cultural que nos separa de los gringos, y ahí lo he dejado.
Pero estos días he sentido una gran preocupación cuando las monitoras, por supuesto católicas, de una de mis hijas, me han dicho que la niña se disfrace para celebrar “jalogüin”.
Me he preocupado, y me he preocupado mucho, porque esa perversión, propia de pueblos sin cultura, ha llamado a mi puerta, y ha llamado de la mano de una persona a la que se supone formada en el espíritu cristiano.
Jalogüin es una fiesta de adoradores del diablo. Por favor, quién pretenda echarse a reír, que primero se informe, y luego hable.
Jalogüin es una fiesta de adoradores del diablo, y como tal, contraria a la esencia cristiana de nuestra Patria, y su implantación cumple dos funciones complementarias: combate a Dios y combate las estructuras culturales e históricas de España.
Por cualquiera de los dos aspectos es abominable esta fiesta bárbara y demoníaca.