Migueletes y minaretes
Per Obdulio Jovaní Puig
Albert Einstein tenía el mismo pelo alborotado y rizoso que tiene Joan Tardà, pero si aquel decía que cada vez que la ciencia abría un armario se encontraba con Dios, lo que se encuentra este al abrirlos es la Historia de España que le da en los morros; y ahí le duele.
Como le duele la Cruz en las escuelas, no tanto la de Sant Jordi, ni las que culminan las torres de la Sagrada Familia -«ese exceso decorativo, esa confusión entre el oriente de bazar con la arquitectura de manteca de los choriceros inspirados, Bizancio y los balnearios del 1900...» dirá Claude Roy- que acabarán como minaretes una vez sean aliadas las civilizaciones.
El Monasterio de Santes Creus será residencia para jubilados del Barça, Montserrat será un parque temático de montañismo... que nos traerá la demografía esa nueva forma de invasión que ya anunció Gadafi: ¡Conquistaremos Europa con los vientres de nuestras mujeres!
De momento, en mi pueblo, de un total de 2.189 vecinos, hay 188 marroquís, un total de 543 extranjeros empadronados. Muchos han vuelto a sus orígenes, que allí tenemos unas montañas conocidas como «les mesquites», en ellas se levanta una «roca del moro» y en su cima el «mas de l´andalus». Y tenemos el «blat de moro», el «meló de moro» y «la festa dels morets», en la que los niños se pintan las manos y embadurnan la cara a todas las chicas que se atreven a salir de casa; mi abuela no me amenazaba con la venida del paparrasollas -del «greixero» que sacaba la sangre a los niños para curar a los tísicos- sino ¡Con el marroquí! Mis abuelas llevaban velo, mis abuelos «turbante» local, un pañuelo revuelto en la cabeza... Así que Tardà lo va a tener fácil, aunque no le veo con babuchas y chilaba, arrodillado con el culo al aire, bebiendo te y comiendo cuscús...
Lo que sí puedo es recordarle la hoja de ruta que podría seguir para eliminar las cruces y todo lo religioso que las envuelve, que la aprendí de Companys, paradigma del dandismo quien -a modo de De la Vega- vestía siempre «ternos» de buen paño y mejor confección, siempre bien compuesto, sin faltarle nunca el vuelo de un pañuelo blanco de seda desbordándole alborozado el bolsillo de la solapa.
Abogado de la FAI, no daba el tono de sus proletarios, aquellos a los que Paul Lafargue, yerno de Marx, profetizaba que «se saciarían de suculentos asados y vinos generosos, en tanto los abogados y legisladores... sufrirían al lado de mesas cargadas de carne, frutas y flores, y morirían de sed junto a grandes toneles de vino». Lafargue, a quien le cortaron los dineros de Engels, acabó suicidándose...
Hasta muy avanzado el siglo XIX no hubo enseñanza pública, la que había era parroquial, no se olvide. A los maestros, calificados por los ancestros de Tardà como «poltróns» -vagos- y «morts de gana», los escogían castellanos porque en Cataluña -escribe la historiadora catalana Nuria Sales en «Senyors, bandolers, miquelets i botiflers» - «un menestral, o un masovero eran ciertamente más respetados que un «mestre tites», maestro de gallinitas». Sí, Tardà, sí, conozca su Historia. Se hará cruces de conocerla.