Mirando hacia atrás con sorna

Per Cesáreo Jarabo

Charlando con un amigo, me espeta que días atrás le comentaron una actuación mía que tuvo lugar hará unos siete años, en Valencia, y en el curso de un congreso de católicos y vida pública.

Me comenta el amigo que “la lié”. ¿Y por qué “la lié”?. La verdad es que a estas alturas, con siete años más de historia, a uno le cuesta recordar qué pudo hacer o decir para “liarla”; pero como siempre digo lo mismo, acabo concluyendo que lo que la lió fue mi especial condición; la misma que ha hecho que sectores que en principio se han señalado como afines, que me han apoyado y arropado, hayan acabado marginándome de la manera más absoluta, entiendo que por un único motivo: Yo sí creo lo que digo.

Parece que resulta de relumbrón, en según que ambientes, aparecer como nota discordante; como inconformista que no duda en sacar los colores al sistema por cosas que son humanamente inaceptables... Otra cosa es lo que a mí me sucede; a saber: que estoy dispuesto a llevar hasta el límite que sea necesario, incluyendo la pérdida de mi propia vida, la defensa de esos principios, que no son otros que la dignidad humana y la dignidad de la Patria. Y eso no es políticamente correcto. Ahí comprendo a quienes me marginan. Dicen: es un buen chico, dice cosas interesantes... Pero se pasa.

Lo que pasa es que ellos no llegan; lo que pasa es que ellos, contra lo que dicen, no son de los míos; lo que pasa es que ellos aspiran a la mejor mamandurria, y anteponen la mamandurria a la dignidad... y a la vida.

Esas, y no otras, tuvieron que ser mis salidas de tiesto, porque son mis permanentes salidas de tiesto. Son las salidas de tiesto que han ocasionado que esos que públicamente dicen que defienden la vida mientras están de francachela con los genocidas, ya no se acuerden de mi persona ni para criticarla.

Y es que, reconozcámoslo, soy un impresentable. A nadie más que a un impresentable como yo, se le ocurre decir, a la cara de un político, y en la casa de ese político, lo que pienso de los políticos; de los que implantan el genocidio y de los que critican la implantación del genocidio, pero mantienen el genocidio; de los que implantan un sistema antieducativo, y de los que posteriormente no lo eliminan, sino que lo mantienen; de los que se comen el patrimonio de todos los españoles mientras discuten qué forma es más idónea para acabar con todo lo digno, que parasitan en comunión. Y justamente eso tan impropio es lo que yo, en primera persona, hice en casa de D. Juan Cotino, después de haber participado, por supuesto también con mis ideas, en el discurso del Congreso.

La lié, sí, la lié... Pero ya no la liaré más, porque ya no soy invitado. Y es que no se puede invitar a quién te saca los colores. Sólo es conveniente invitar a quién come de tu mano. Lecciones que hay que aprender.

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