Sobre la situación actual de España

Per Cesáreo Jarabo

¿Qué preocupa más hoy al pueblo español?, ¿tal vez Europa?, ¿tal vez la inmigración?, ¿tal vez las “ayudas agrícolas?, ¿tal vez el Protocolo de Kioto?, ¿Las autonomías?, ¿la educación?, ¿el aborto?, ¿la violencia doméstica?, ¿la homosexualidad?, ¿Oriente Próximo?...

Son tantas las cuestiones que están en candelero que hay absolutamente para todos los gustos... Y hay quién se centra en una cuestión y se olvida por completo, o casi por completo del resto de cuestiones, cuando todas y cada una de ellas nos afecta de modo bien directo.

Unas se nos escapan entre la selva de cuestiones; otras, iluminan el firmamento, anulando con su luz propia todo lo que les rodea.

El asunto es que todas nos afectan; todas nos modelan; todas constituyen nuestra diaria realidad, y todas, nos mostremos nosotros ajenos o activos, determinan nuestro presente y nuestro futuro.

La cuestión es que cada uno de nosotros nos sintamos actores inteligentes de la realidad; la cuestión estriba en que cada persona se sienta protagonista y no figurante... La cuestión, ¿realmente estriba en que nos sintamos protagonistas?... ¿o más bien estriba en que seamos protagonistas?.
Sentirse protagonista y ser protagonista son dos cuestiones bien distintas, que en ocasiones se encuentran enfrentadas.

Cualquier figurante, en determinadas circunstancias de manipulación puede creerse protagonista. Todo depende de la astucia del director de escena.

Del mismo modo, en la sociedad civil, dependiendo de la actitud del director de escena, puede darse el caso de una persona... o de millones de personas que, creyéndose protagonistas de cualquier situación, no son sino puros tramoyistas, puros servidores (y si me apuran, puros esclavos) del director de escena, quién los manipula a placer haciéndoles creer que tienen una actuación autónoma.

Y es que, parece que el director de escena ha descubierto que la mejor forma de controlar la representación, es mentalizando a los tramoyistas, a los carpinteros, a los pintores, a los sastres, a los limpiadores y a los espectadores... que son ellos los protagonistas de la obra.

En esa creencia, todos juntos, con una fe ciega (tan ciega que les hace incapaces de descubrir su realidad más cercana), reivindican como arte propio cualquier representación que el director de escena les presenta.

Cualquier representación, aunque sea la del hara-kiri real de todos y cada uno de los “protagonistas”.

Tramoyistas, pintores, actores, sastres, público, todos, van asumiendo suavemente, sin prisas y sin pausas, conceptos que en su mente son hasta la fecha absolutamente aborrecibles. Todo con suavidad, sin estridencias.

Primero Europa. Nadie se siente europeo, pero el director de escena decide que debemos ser europeos... Tranquilamente, sin prisas y sin pausas, se va alabando todo lo europeo, al tiempo que se van adaptando las costumbres y los modos, al sentir europeo, sin darse cuenta que muchas de las cosas que rechazamos como no europeas son abismalmente mejores que las europeas... ¿Cuáles?... Que cada uno piense, desde el aspecto personal, hasta el aspecto institucional, aquello que le parezca que ha cambiado en el último cuarto de siglo (legislación laboral, alimentación, dignidad de la persona, seguridad social, sentimientos, impuestos,...)

Luego la educación. En los años ochenta, en la Universidad, se repartió un librito llamado “el libro rojo del cole”, que escandalizaba a los más “progres”. Hoy, ese librito parece el catecismo del ministerio de educación.

Aspectos como la homosexualidad eran tratados en el mentado librito con un desparpajo que ocasionaba sonrojo en los mismos que, hoy, se manifiestan como defensores de los aspectos más “progresistas”.

Y es que todos los aspectos, punto por punto, son tratados de forma metódica por el director de escena, dando en cada caso las raciones convenientes.

Primero, una procacidad del tipo que sea, es expresada públicamente. En sí no tiene importancia, pero escandaliza a un importante número de personas.

Posteriormente, esa misma procacidad, del tipo que sea, es repetida de forma machacona, por los medios de comunicación; medios que casualmente están bajo el poder económico del director de escena, hasta que la mayoría de la población la ve, si no normal, cuando menos habitual. Se ha dado el primer paso en el control social.

Paralelamente, otras procacidades son emitidas de la misma forma, con una cadencia similar, y a través de los mismos medios (todos), que están en poder del director de escena.

Esa intoxicación mental tiene un fruto... El embotamiento de la mente de la generalidad de las personas, quienes acaban exigiendo como derecho propio lo mismo que poco antes rechazaban como el peor de los vicios. El mismo método es empleado en cualquier otro aspecto.

Así, por ejemplo el tema de la inmigración está dejando absolutamente inerme a lo que queda de España.

No, no voy a meterme con la inmigración, en primer lugar porque el ser de España está basado en la inmigración. Somos hijos de cien pueblos que han tenido a bien visitarnos, y que ha dado una mezcla de la que podemos estar absolutamente orgullosos, aunque justamente esa realidad es mal vista y tiene mala prensa en el sistema del que todo lo controla.

España es mezcla de los pueblos autóctonos, vacceos, ilerdetas, iberos, layetanos... y cartagineses, y bereberes, (muchos de los cuales desertaron de las tropas de Aníbal y dieron en formar, según algún estudioso, el pueblo vascongado), y griegos, y judíos, y árabes, y sobre todos ellos, romanos, con su cultura universal que conformó España como pueblo con un destino universal.

En este tiempo, y hasta el presente, asumimos culturas y creamos personajes universales, como Don Quijote, como Hernán Cortés, como Pizarro, como D. Juan de Austria, como el Cardenal Cisneros, como el Rey Don Jaime de Aragón, la futura Santa Isabel de Castilla, y tantos héroes que nos contemplan desde las estrellas y que integraron pueblos y culturas. Decididamente no me voy a meter con la inmigración.

Lo que me parece inaceptable es la forma que tiene el sistema de tratar el asunto de la inmigración.

Y es que, parece más que normal que los primeros en ser recibidos deban ser quienes, más cercanos culturalmente a nosotros están llamando a nuestra puerta. Sin embargo, a éstos se les cierra a cal y canto, mientras que por la trastienda se está permitiendo una inmigración ilegal que se parece demasiado a la que se produjo a lo largo del siglo séptimo, y que desembocó en un cancionero popular que decía:

Las huestes de Don Rodrigo
Desmayaban y huían
Cuando en la octava batalla
El enemigo vencía...

La otra, la que se integra, no hablo ya de los pueblos hispánicos, que en esencia ya vienen integrados, desde Guinea hasta Filipinas, desde Florida hasta Tierra de Fuego, sino de rumanos y de otros países del Este, sea bienvenida. Tras la primera generación todos seremos uno. Nadie encontrará diferencias sustanciales.

La otra es la que debe ser controlada. La otra, que es una inmigración que no se integra, como jamás se integró a pesar de ocho siglos de invasión, en el entramado nacional. Esa no debe ser admitida al albur de que todos somos buenos, de que todo vale, porque sencillamente, eso es una falacia.

Pero no vamos a profundizar más en el tema. Tan solo es un apunte para la reflexión.

Otro apunte para la reflexión: las ayudas agrícolas. ¿Qué son las ayudas agrícolas?

Sólo cuatro palabras que, aunque referidas a otros estratos de producción, son de aplicación a la agricultura.

Cuando a finales de los años 80, el sistema (el director de escena) decidió que los Altos Hornos españoles debían desaparecer, en beneficio de los Altos Hornos europeos, se organizó una importante movilización popular, en parte promovida por los propios siervos del director de escena. Esa movilización no tuvo ninguna consecuencia. La decisión estaba tomada por quién manda, y debía cumplirse a rajatabla.... Y así se hizo.

Los empleados de los Altos Hornos, económicamente no salieron precisamente mal parados. Ese aspecto no le preocupa al director de escena. Le sobra el dinero.

Lo mismo sucedió con el sacrificio de vacas y con la destrucción de viñedos. A la postre, las personas físicas directamente afectadas por cada una de estas medidas, sale beneficiada económicamente. Pero el primer beneficiado es el que ha pagado la ejecución de tales desastres... Y el primer perjudicado, el pueblo sobre el que se ejercen tales medidas, que queda depauperado, aunque superficialmente próspero. Una prosperidad momentánea basada en la ruina de sus hijos y de sus nietos, que son condenados a servir al director de escena en todo lo que al director de escena le plazca.

Es evidente que quienes hoy en España más se lamentan de la situación de los “ricos”, tienen más dinero, son más poderosos económicamente que los “ricos” de quienes abominan. Y es que la riqueza del hidalgo se basa más en el honor que en el poderío económico.

La riqueza del hidalgo, riqueza de la que presume, se mantiene a través de la adversidad. Un hidalgo puede, y debe, ser rico aunque carezca de lo necesario para sobrevivir. Un hidalgo puede ganarse dignamente la vida descargando camiones ajenos al tiempo que manteniendo tierras improductivas. Y el hidalgo, por los memos, es considerado persona rica... Y él mismo se considera rico... Pero él tiene razón, y los memos, no.

¿Cómo es posible que coincidiendo en el aserto uno tenga razón y otros no?... Porque la riqueza que defiende el hidalgo es espiritual, con reflejo ilusorio en propiedades naturales que tan sólo le acarrean preocupaciones, mientras que los memos sólo ven las propiedades naturales, sin percatarse que no proporcionan ningún bienestar y sí dolores de cabeza.

Esos memos, que muy posiblemente tienen mayor poder económico que el hidalgo, siguen considerándose a sí mismos “pobres”, mientras consideran rico al hidalgo... y tienen razón. El hidalgo seguirá valiendo mucho más que ellos, aunque ellos puedan económicamente mucho más que él. El espíritu, siempre, será superior a la materia.

Pero volvamos nuevamente a la materia y al ataque de los poderosos autodenominados “pobres”, que realmente lo son humanamente, aunque política y económicamente sean ricos.

En esta vorágine de los “pobres”, que venimos tratando, le toca el turno, nuevamente a la industria.

El Protocolo de Kioto, que se llevó a efecto de una forma semiclandestina (y es que el director de escena hace las cosas cuando quiere y las difunde cuando le place), vigila un aspecto interesante de la salud, en particular la emisión de monóxido de carbono a la atmósfera. Eso está muy bien, y tiende a que las industrias contaminen lo mínimo.

Para controlarlo, basándose en la emisión de gases que cada país produce, marca unas cuotas prohibiendo que se pase de las mismas e imponiendo unas multas multimillonarias si no se cumple el acuerdo. Todo está muy bien.

Lo que parece ya fuera de lugar es que, como siempre que se toman estas medidas, España se ve particularmente castigada.

Así, por ejemplo, la industria azulejera española, productora del 30% de los azulejos consumidos en el mundo entero, hizo, durante la década de los años 90 unas extraordinarias inversiones de cientos de miles de millones de pesetas, disponiendo en la actualidad de las mejores instalaciones, y menos contaminantes del mundo.

Como sea que el Protocolo de Kioto tomó datos de emisión de gases antes de esta enorme inversión, posteriormente se exigió, sobre las emisiones subsiguientes, reducciones proporcionales respecto a aquellos datos, y como eso era literalmente imposible, las azulejeras españolas se vieron condenadas a sufrir una drástica reducción de producción, y muchas a desaparecer.

No hay problema. Con toda seguridad, nuevamente, se darán unas importantes indemnizaciones que, económicamente, dejarán satisfechos a todos... Y la siguiente generación será quién pague, con esclavitud, la juerga que hoy podremos corrernos. Una juerga que, como en las bodas de Camacho, es recordada con nostalgia por Sancho, pero que en nada favorece, sino adormece, los ideales del caballero. Agricultura e Industria son dos extremos en los que estamos condenados a ser dependientes.

¿En qué van a ocupar su tiempo nuestros hijos?, ¿de qué manera se van a ganar la vida? El director de escena lo tiene muy claro. Un pueblo sin medios de subsistencia propios depende de terceros que le suministren lo necesario. ¿Y de qué sirve ese pueblo al director de escena?

Le puede servir como camareros, prostitutas y prostitutos para saciar los vicios de los pueblos del director de escena. Y a eso van.

No obstante, el número es importante. El director de escena debe estar en todo... Y en todo está.

Por eso, España está ocupando el último lugar en cuanto a nacimientos se refiere; por eso, en España se está asesinando legalmente a un niño neonato cada seis minutos. ¡Cada seis minutos se asesina a un niño en España, amparándose en la ley del aborto!; por eso se está fomentando como bien social una enfermedad, la homosexualidad, que además de ser estéril en todos los órdenes, esclaviza a toda la sociedad.

Esas son las medidas que el director de escena está tomando. No importa que nuestros hijos sean condenados a mantener la vejez de quienes no han querido tener hijos... o de quienes los han asesinado. Tan es así que, está legislado, tienen derecho a plaza en residencia de ancianos, principalmente aquellos que no tengan hijos... Y las residencias son pagadas por los hijos de quienes sí los han tenido... Eso sin entrar en la inhumanidad de las residencias de ancianos, que por supuesto no las deseo para mí.

En el mismo ámbito se encuentra la violencia doméstica. Una terrible situación fomentada descaradamente por el propio director de escena.

La violencia doméstica, como el resto de barbaridades cometidas a diario en nuestro sistema es producto de la supresión de virtudes a que se encuentra sometida nuestra sociedad.

La familia atacada sin misericordia; la honestidad, vejada; la verdad, oculta y ridiculizada; la Justicia, suprimida; la limpieza de alma, constantemente ensuciada con todas las bajezas que son capaces de imaginar, y la libertad, esclavizada.

Somos libres de elegir nos dicen, mientras a través del medio de control más poderoso que existe, la televisión, tan sólo nos dan porquería. Claro que se puede elegir... entre una porquería y otra porquería, pero nunca se puede elegir la dignidad.

Somos libres, nos dicen, pero los otros medios de comunicación, la prensa y la radio, controlados todos por el director de escena, nos permiten elegir el tipo de bazofia que más nos apetezca.

Somos libres, en definitiva de tragar el tipo de porquería que deseemos; de cometer el tipo de felonía que queramos, pero no somos libres para buscar la verdad, para luchar por la Justicia, para preservar la limpieza y la honestidad. Para eso no somos libres.

Así, en esa situación de libertad para elegir la porquería, la violencia doméstica es sutilmente fomentada por el director de escena.

Ante mentes sin desarrollar, a las que les infunde la conciencia de que pueden hacer lo que les venga en gana, se emiten unos conceptos de vida regalada, de despreocupación, de hedonismo... que acaba hundiendo a sectores de la población, además de en la estupidez supina, en cualquiera de los vicios que reciben como ejemplo en la televisión, y que desembocan en cualquier atrocidad, ocasionalmente en la conocida como “violencia doméstica”, y que es usada como arma del sistema para combatir a la familia.

La homosexualidad es otro argumento utilizado hábilmente por el director de escena. Una enfermedad, reconocida desde siempre como tal, nos es presentada como una “opción personal”. Mañana pueden hacer lo mismo con el sida, con el cáncer, con la cojera o con la calvicie. Todo dependerá de los intereses del director de escena.

Dos aspectos anunciados se quedan en el tintero para no alargar más el asunto: Las autonomías y Oriente Próximo, pero como cada una de ellas da para extenderse en una nueva meditación, lo dejamos para mejor ocasión.

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Hay unanimidad en los autores valencianos de los siglos XIV, XV y XVI en llamar valenciana a su lengua
Simó Santonja

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