Per Juan García Sentandreu
Dos ex presos etarras Zigor Larredonda y Diego Sánchez Burria, condenados a nueve años de prisión por colaboración con el comando Barcelona que operó en Cataluña en los años 2000 y 2001 y al que se le atribuye el asesinato del ex ministro Ernest Lluch, el del guardia urbano de Barcelona Juan Miguel Gervilla y dos concejales del PP, han impartido este sábado una conferencia en Castellón para hablar sobre la libertad de expresión y que finalizará con un brindis «por los presos políticos».
Recientemente, el ex militante y asesino, miembro de la organización terrorista y catalanista Terra Lliure, Carlos Sastre, condenado a 48 años de prisión por varios asesinatos, ofreció una charla en la Universitat de Valencia invitado por el autodenominado Sindicat d´Estudiants dels Països Catalans (SEPC). En el mes de mayo de 2006, la propia Universidad acogía a través de este colectivo nacionalista una conferencia de un terrorista de SEGI, vinculado a ETA y condenado por la Audiencia Nacional. Unos días después, un colectivo estudiantil valencianista registrado e inscrito legalmente en la Universidad y que me invitó a participar en un coloquio sobre «La historia secular de la Universidad de Valencia» vio cómo el decano de la Facultad de Derecho nos negaba un aula para hablar sobre nuestra institución académica y su historia.
¿Qué categoría moral puede tener un terrorista o un asesino para impartir una conferencia? ¿Cómo es posible que nuestra sociedad dé cabida y valor didáctico a esta gentuza mientras que a los defensores de la legalidad constitucional y autonómica se nos estigmatiza y prohíbe el acceso a la libre comunicación y expresión pública?
Nuestra sociedad está gravemente enferma. Se está produciendo una grave mutación del orden natural y legal de las cosas y todo apunta a un final claramente autodestructivo. Nuestro sistema no ha sido capaz, todavía, de generar anticuerpos y defensas contra lo irracional y, mientras, asistimos complacientes e inermes a la creación de cátedras de terrorismo impartidas por aquellos que han hecho de la violencia y la negación de la libertad su causa política.
O somos capaces de salir de este marasmo, de esta modorra colectiva y, de una vez por todas, de manera decidida y sin estúpidos complejos hacemos uso de la autoridad moral que nos da nuestra legitimidad natural y legal para detener este sinsentido que es el terrorismo, o los enemigos de la libertad, de la vida, del derecho y de la nación seguirán disfrutando de una falsa, pero muy rentable, superioridad con la que seguir dándonos lecciones a un pueblo moralmente vencido.