En 1997, al cumplirse el VI Centenario del nacimiento de Ausiàs March, la Generalitat Valenciana -en cuyo Consell figuraba Francisco Camps como conseller de Cultura, Educación y Ciencia- conmemoró la efeméride a lo largo de todo el año -«L´any de Ausiàs March»- que concluyó con la exposición «Ausiàs March y el seu temps». Fue una recreación, una mirada histórica; retrospectiva recuperación de la memoria colectiva de la primera mitad del siglo XV, de todo el entorno físico y social en el que transcurrió su vida, en un tiempo en el que la «Ciutat i Regne de Valencia» integraba un espacio clave en el sistema urbano y mediterráneo, como la ciudad más poblada de España, de las mayores de toda Europa, en una centuria que fue conocida como «el siglo de oro de los valencianos», tal era el altísimo nivel cultural alcanzado, amén del comercial.
Supimos entonces, a través de la citada exposición, de los servicios prestados por Ausiàs March al rey Alfonso el Magnánimo, acompañándolo en sus campañas navales y expansionistas por el reino de Nápoles. Muy joven aún, fue armado caballero; supimos de su cargo de halconero mayor del rey, de sus propiedades agrarias, de los «moros» a su servicio, de cómo administró las dotes de sus esposas -dos- de las que enviudó, de sus cinco hijos naturales, incluso de uno habido con una de sus criadas; supimos de sus casas, de la que poseyó en la actual calle de Caballeros de Valencia -ciudad en la que nació, según recientes estudios destacados estos días por la alcaldesa Rita Barberá- rompiendo con tantas y tantas atribuciones de tantas ciudades.
Por pluma de Marcelino Menéndez y Pelayo, a través de su «Historia de las ideas estéticas en España», supimos que escribió «las primeras manifestaciones del platonismo erótico»; no hay más que comprobar cuantísimas veces repite la palabra «amor» en sus versos.
Eduard Mira , el que fuera comisario de la exposición de 1997, escribió que «el poeta canta desde la profundidad de sus sentimientos a la dama que es imagen del amor perfecto, puro e inalcanzable: la Mare de Deu». Así, nada extraña que escribiera su «Cántico Espiritual».
«Su influencia sobre el castellano -añadió Menéndez y Pelayo- era tan alta como la de Platón o de Petrarca». Lo confirmó el catedrático del King´s College de Londres, Mr. Archer, en el Congreso Internacional conmemorativo el 550 aniversario del poeta que se celebra estos días: «Se invocaba en Castilla como poeta nacional, capaz de competir con los clásicos italianos y latinos».
Hasta se publicó en 1555 en Valladolid, afirma el mismo, «una extensa edición de la obra de March, en valenciano tradicional y sin traducción», corroborando que fuera «el poeta más grande de la Península Ibérica hasta mediados del siglo XVI». El profesor Archer anunció la inmediata publicación de un volumen que contiene traducciones en 25 lenguas de la obra del poeta,«el mejor poeta lírico europeo» para el romanista Constanzo di Girolano.
Huyamos de la literatura como mecanismo de exaltación nacional, del patriotismo literario. A. M. es poeta universal, más allá de toda apropiación.
Aunque sea muy nuestro.