Per Obdulio Jovaní Puig
Tomo el título de un libro de Jean-François Revel en el que escribe sobre «los militantes incorruptibles, sólidamente blindados de ideología oficial», sin duda reclutados como apóstoles «para la aplicación efectiva del sistema de censura». Cambio de estante y tomo de la «Historia social de los intelectuales», de Víctor Alba, esta referencia a los mismos -esos «apóstoles» cuyo idilio secreto es el totalitarismo, como afirmara Milan Kundera-: «Tienden a considerarse investidos de un poder especial, puesto que, siendo sus ideas moldeadoras de hombres, es lógico a sus ojos que ellos deban gozar del poder de decidir por quienes acogen y siguen sus ideas (si las acogen y siguen), de ahí su sentimiento de élite o de grupo selecto con derecho a decidir lo que es justo, lo que es bueno, lo que es conveniente». Y si se trata de intelectuales nacionalistas, «se creen llamados a decidir con qué país identificarse (como si esa identificación fuera indispensable) y a quién confiar el papel de salvador (como si fuera posible que alguien sea salvador). Intelectuales de encargo, a tanto alzado, tienen costras en las rodillas de tanta genuflexión. Favoritos, valen porque sirven. Halagados, su ego es exponencial. Catequizados, dictan normas de las que extraen la norma de que no haya otras normas. Tiempo atrás fueron inquisidores, integristas represores de herejías, entonces teólogos. Hoy son filólogos, caciques académicos, funcionarios de la ciencia, inmersores de secesionistas. Hago excepción de otros intelectuales, quienes, jinetes en un arquetipo, en autista soliloquio, poetizan en arrobos al vacío o divagan sobre las postrimerías, sin sentirse aludidos hasta que las SS llaman a su puerta.
En esas tentaciones andamos. Desde una Academia Valenciana - redivivo Santo Oficio- tan distinta de la Española, «que no crea significados de uso, ni impone el uso de este o aquel significado de las palabras, se limita a registrar el uso del pueblo, que es dueño de su lengua», desde ella, sus mandaderos a metálico han propuesto que la Administración no subvencione a entidades que no acaten sus normas. Admonitorios, coercitivos, para estos censores el disidente delinque. Martín Ferrand diría que «el espítitu liberticida, un gen maligno, habita en el alma de los nacionalistas». Vuelven a la delación y la mordaza, a la hopa y al capotillo, a la checa y al Gulag. Cruzados de la fe, a modo de policías de la lengua, «velan inquisitorial e inútilmente por la pureza de una herramienta cuyo fundamento respiratorio y libertario reside en la indisciplina, en la contaminación y en la corrupción constante para caminar por encima del tiempo y de las autoridades». (JJ.Armas Marcelo). Hacen de la mera y mutante opinión argumento a rajatabla, razonamiento de martilleo -¡la lengua soy yo!- sólo aportan el bagaje de su apriorismo, su autosuficiencia y la declaración de su absoluta y monopolística posesión de la verdad. ¡Magister refero, magister dixit!
Con ellos andan, en collera, en yugo de conveniencia, totalitarios de listas cerradas -conocidos ya como «los plasmas», por lo del televisor con que se han obsequiado- unos y otros devotos de su peripecia personal. No faltan esos especímenes en el Ayuntamiento de Valencia. Oigan ustedes cómo nos felicitan las Navidades por la radio. Con fonética foránea, ajena, con menosprecio del ciudadano, amigo Ramón Isidro, concejal de Participación Ciudadana. Pues que vengan a votarles «una noia i un soldat baixant de la Font del Gat». Conmigo que no cuenten. De ese cava no beberé.