Per Joan Ignaci Culla
La carrasca de Culla, árbol monumental de la Comunidad Valenciana, es la referencia en el vídeo explicativo que inicia la exposición La Corona d’Arago en el Centro del Carmen. La espectacularidad de este árbol digno de conocer simboliza lo que era y representaba la Corona; a través de sus firmes raíces se fueron desarrollando las inmensas ramas que lo conforman.
Es esta una magnífica metáfora de la realidad histórica. La Corona de Aragón, como la Carrasca, acoge bajo la firmeza de su sólido tronco –un único rey– gigantescas ramas –pueblos– que se fueron sumando a través del tiempo. Así, aragoneses, catalanes, mallorquines, valencianos, sardos, sicilianos y napolitanos se fueron incorporando y engrandeciendo la Corona sin renunciar nunca a su singularidad cultural, histórica y lingüística.
De hecho, el federalismo imperante en la antigua Corona de Aragón fue el más avanzado de la época, ya que se basaba en el respeto a las identidades diferenciadas de cada una de sus culturas, así como al estricto respeto de sus instituciones, leyes y parlamentos. Toda esta grandeza acaba con la invasión borbónica –siglo XVIII–, que substituyó mediante la fuerza esa estructura federal por el centralismo más exacerbado de estilo francés.
En el seno de ese abanico de pueblos, el Reino de Valencia fue el que más destacó, especialmente en el XV, con un siglo de oro de la literatura valenciana, lo que da idea del apogeo cultural de nuestra tierra.
Hoy, algunos vendedores de humo, bajo el pretexto de reeditar la antigua Corona de Aragón, pretenden inventar los “països catalans”. La aparición de esta nueva entidad política no es fruto de la negligencia o el desconocimiento, sino del más burdo y desalmado intento de manipular la historia en favor de una supuesta grandeza que, en realidad, nunca pasó de ser un simple condado. Porque ahora, a diferencia de la respetuosa convivencia entre pueblos distintos que se dio en esa gloriosa época, los pancatalanistas pretenden cambiar ese respeto colocándonos al resto en la posición de siervos y no dudan en robarnos la lengua, la literatura y la historia.
La realidad demuestra que, además, detrás de estos “països catalans”, o Eurorregión, se encuentra el cambio del centralismo españolista por el centralismo catalán. Pero, no nos engañemos, Barcelona no quiere un aliado digno para hacer frente a las muchas veces injustificados caprichos centralistas, sino un “dominado” vasallo que, con la cabeza gacha, asuma la mentira sin reproches ni preguntas. Y esa degradante visión de las relaciones entre pueblos quizás haya condenado de por vida sus ansias de expansión. ¡Es cambiar un centralismo por otro! Y ese centralismo ya está teniendo sus protestas en el propio seno de su región, estrangulando pequeñas poblaciones catalanas que denuncian la indiferencia con que se les gobierna desde Barcelona.
Si realmente la gran Barcelona y sus aledaños buscasen el “espíritu” de la Corona de Aragón, no pretenderían la aniquilación de nuestra lengua, dejarnos la garganta seca sin una gota de agua, o paralizar una obra tras otra –primero la A-3, el puerto, o el intento de llevarse la Copa de América, a Barcelona, entre otras–.
Comentaba hace unos días con un catalán el rechazo que nos ocasionaba a los valencianos estas injerencias y manipulaciones, y él me decía: “Espero que el gran desconocimiento que hay en Cataluña de su propia realidad histórica y de su reino –valenciano–, no malbarate la buena relación que siempre hemos mantenido estas dos naciones a lo largo de los siglos. Los historiadores y los periodistas catalanes tenemos una tarea importante de información y pedagogía entre nuestros conciudadanos para explicar lo que fue el Reino de Valencia. Es muy triste tener que admitir esta carencia. Es una lástima que las cosas hayan ido así. Esperemos que las nuevas generaciones se bajen de la nube de confusión en la que viven actualmente los catalanes y valencianos en sus relaciones. Como usted asegura, este entendimiento sólo se podrá conseguir a partir del respeto mutuo. Algo que desgraciadamente –le recordé a este señor catalán– hoy, a diferencia de los tiempos de la Corona de Aragón, no se da por parte de Cataluña.
Por cierto, en esta exposición, entre otros, se encuentra el famoso retrato de Jaume I, del artista valenciano Gonçal Peris (1380-1451). Dicho cuadro estaba en la Casa de la Ciudad de Valencia, junto con otros tres de imágenes de los reyes de Aragón, y hoy se halla en el Museo Nacional d’Art de Catalunya. Ahora que, por fin, la Generalitat Valenciana va a reclamar todos los legados valencianos, entre ellos nuestro Llibre del Repartiment, por qué no empieza por restituirnos este cuadro que, por circunstancias digamos extrañas, se encuentra, como tantas otras cosas, en Catalunya, para vergüenza nuestra.