Los secesionistas son ellos

Per María Teresa Puerto Ferre

A quienes peinamos algunos lustros de investigación filológica y hemos tenido, además, el privilegio de hacerla desde el democrático mundo anglosajón, con Noam Chomsky de referente, nos producen sonoras carcajadas todos esos ridículos alegatos de secesionismo lingüístico. Alegatos salidos de bocas, convenientemente fidelizadas, que defienden la imposible suplantación de nuestra histórica lengua valenciana por el «infame e infecto dialecto barceloní» (padre Batllori, dixit).

Tan sonoras proclamas solo demuestran la solemne ignorancia de las leyes y principios que han regido la evolución lógica de la histórica lengua valenciana frente a otros menores dialectos que se han desviado de ellas para crear, a principios del siglo XX, un standard artificial con la mirada puesta en la lexicografía gala. Tal es el caso del afrancesado dialecto barceloní (ahora llamado catalán), inventado en el laboratorio del ingeniero Pompeu i Fabra y a quien el gran lingüista vasco don Miguel de Unamuno siempre definió como «un mal aprendiz de filólogo», empeñado en crear una «lengua bombarda plagada de galicismos» y carente de background. Pompeu i Fabra fue, precisamente, el auténtico secesionista de diseño porque, para crear su standard, tomó como koiné de referencia el dialecto más hablado en Cataluña: el de la urbe de Barcelona, el barceloní... «el mes impur de tots».

Ycomo el pobre no controlaba los campos lingüísticos, creó un buñuelo secesionista alejado de la lengua de referencia (la prestigiosa lengua valenciana) e inundado la suya de galicismos (aleshores, petit, sortida, pas, doncs, ...).

El ilustre gramático español don Ramón Menéndez Pidal, en cuya Gramática histórica (Madrid, 1977) hemos tenido que beber la mayoría de filólogos del siglo XX, siempre reconoció la independencia y categoría histórica de la lengua valenciana, con su trayectoria evolutiva, respaldada por los tres elementos indispensables que categorizan los fundamentos de una lengua:

1. Sus etimologías genuinas.

2. Su trayectoria acorde a los principios leyes de evolución de la lengua.

3. La autoridad indiscutible de unos clásicos que la han desarrollado y consagrado a lo largo de un siglo de oro literario.

La lengua valenciana posee esos tres elementos indispensables junto a otros, también, de esencial calibre: es dueña desde el siglo XV de una koiné o sustrato lingüístico con plena autonomía fonética, léxica, morfosintáctica, fonética y semántica; es dueña de gramáticas que la estructuran como lengua (Gramática de Andreu Sempere, Alcoi 1546); es dueña de diccionarios (Liber Elegantiarum... «el mes antic llexic d´una llengua romanç», del valenciano Joan Esteve, 1472): es dueña de una Biblia traducida del latín (Biblia de fray Bonifaci Ferrer, 1478 ; es dueña de un Kempis, traducido del latín por Miquel Pérez (1482) y, sobre todo, es dueña del primer siglo de oro literario de una lengua neolatina europea durante el que centenares de autores proclamaron en el prólogo o en el colofón de sus obras su «estic escribint en nostra vulgada llengua materna valenciana».

Por el contrario, el infame e infecto dialecto barceloní (o catalaní) que, con tan singular acierto, define el gran gurú de la investigación catalana, padre Batllori, carece de todo el arsenal lingüístico arriba mencionado ya que no alcanza su standard lingüístico hasta 1906, año del I congreso de la neo-lengua catalana. Son infinitos los testimonios que denuncian tan clamorosas carencias. Uno de los más sonados es el que nos da el mismísimo organizador de ese I Congrés de la Llengua , el curita mallorquín Antoni Alcover cuando dice aquello de: «¿Qué derecho ni categoria literaria tiene (el dialecto) el barceloní, ante el catalán, balear y valenciano? Dar al barceloní tal derecho y categoría ¿no es tal vez crear un centralismo lingüístico?», anticipándose así al aberrante colonialismo catalanista que, solo por ignorante militancia, se intenta expandir. Tan clamorosas carencias y tan paupérrimo background del dialecto barceloní se han querido suplir mediante el expolio y latrocinio permanente de lo genuinamente valenciano. Y es que sin nosotros, sin lo nuestro, sin lo valenciano, ellos, los secesionistas catalanís no son nada. El erudito catalán Ramon Miquel i Planas, gran estudioso de nuestro clásicos valencianos, confesaba con honestidad en 1905: «Visto el caso (de la lengua) desde Cataluña, no cabe duda de que, cuando más extremen los valencianos las pretensiones de autonomía de su variedad idiomática, frente al catalán, mayor necesidad hay por nuestra parte de reivindicar la unidad lingüística de las gentes que pueblan la franja levantina de la península con las Islas Baleares ...», «privar a Cataluña y a su literatura de la aportación que representa la producción de las letras valencianas de aquella época», «sería dejar nuestra literaria truncada en el centro de su crecimiento y ufanía ; más aún: sería arrancar de la literatura catalana la poesía casi por completo, porque en ningún otro momento antes de la Renaixença, ha llegado a adquirir el esplendor con que se nos muestra gracias a los Ausiàs March, a los Roiç de Corella, a los Jaume Roig, a los Gaçull, a los Fenollar y a otros cien más» (prólogo del Cansoner satíric valencià dels segles XV i XVI, 1905).

Sobran comentarios al texto para clarificar las posibles dudas, si las hubiera, sobre las razones expuestas para justificar la gula colonialista del pobretón nacionalismo catalaní. Si acaso recordar las palabra del académico Torcuato Luca de Tena: «Pero ¿se habla en Valencia catalán o se habla en Cataluña el valenciano. Porquelas primeras manifestaciones escritas culturales son valencianas, nunca catalanas...» (Hoja del Lunes de Valencia 20-2-1978).

Los secesionistas siempre han sido ellos. Nunca nosotros. Ellos, con su desviado e infame dialecto barceloní.

cites

Acaba la Biblia molt vera e catholica, treta de una biblia del noble mossen Berenguer Vives de Boil, cavaller, la qual fon trellada de aquella propia que fon arromançada, en lo monestir de Portacoeli, de llengua latina en la nostra valenciana.
Bonifaci Ferrer (1478)

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