Cuelgan en sus despachos, a modo de tendederos de una colada cultural, una cordada de licenciaturas, doctorados, masters, asistencias a congresos, simposios, premios y reconocimientos, encomiendas y medallones... toda una jarcia ornamental y farsante de incondicionales del momio y la gollería encaramados en los olimpos de la presunción, fieles cofrades del vudú nacionalista que predicara Fuster, cuyo «Nosaltres» -o sea, ellos- tomaron como evangelio, haciendo de la lengua identidad, de la historia y de la filología argumentos sofistas de conveniencia. Comenzaron a lo talibán, derribando la imagen de la Sapiencia en la Universidad, para imponernos luego dogales, aciales y bridas, recluyéndonos a los disidentes en un guantánamo casolano, conscientes de que para alcanzar la plena dominación política había que acercar una lengua estandar a los usuarios. Así crearon una especie de valenciano de Oxford en escuelas, institutos y universidades, corto, papanatas y menesteroso. Un ejemplo de la «dominación»: Pilar Pedraza, consellera de Cultura, y Joan Romero, idem de Educación, escribieron al alimón que todo lo anterior a Jaime I era ¡prehistoria! Para añadir que los moros fueron forasteros en su propia tierra. ¡Que se lo digan a Al Russafí, o a Ibn Quzman -rubio y de ojos azules- o a otros poetas hispano-arábigos como Ibn Pascual, Ibn Burriel, Ibn Bono, Ibn García, Ibn Martín o Ibn Vives... ¡Qué sutiles escobazos para barrer lo que les estorba!
Y así nos taparon las bocas, anotaron nuestros escritos en el Índice de Libros Prohibidos y fuimos clandestinos en nuestra propia casa, menospreciados, descalificados con argumentos de autoridad, rescatando los caducos «magister dixit, magister refero» de la escolástica, explicado así por Balbino G. Félix: «Los filólogos solo aportan el bagaje de sus apriorismos, su autosuficiencia y la declaración de su absoluta y monolítica posesión de la verdad». Y no faltaron politiquetes falderillos -Ribó, Gloria Marcos...- apologetas de una izquierda señoritinga que nos exluyó a los hablantes dándoles jabón a los filólogos de escalafón para que decidieran pro domo sua, claro. Por algo escribió Cervantes de la necedad que se sienta bajo los doseles y de la ignorancia que se arrima a los sitiales...
Pero como «no hi ha cosa encoberta, que mes pronte, o mes tard, no siga descoberta», los manejos, las imposturas, las humillaciones que hemos soportado durante treinta años, el terrorismo cultural en suma, se van a acabar, como el frotar. Empieza ya a «aceptarse» lo que dijera Umbral: «Las palabras siempre nacen de abajo arriba, del pueblo hacia las Academias y los grandes libros, porque las palabras de arriba abajo que se imponen a las gentes son las iracundas palabras de Dios o las palabras sepia y culpables del BOE. un granizo que no arraiga nunca en las extensiones del idioma y de las gentes».
Aún, un académico novicio pide que «el asunto quede en manos expertas para que estas lleven adelante, en términos científicos, el proceso de paz». Ya se sabe que un experto es aquel que sabe cada vez más cosas de menos cosas. Y que los científicos de aquí lo son de ciencia infusa, de sopa boba y convoluto, que los conocemos bien. Y bien que los sufrimos...
Ahora la Academia «ha aceptado Amparo». ¡Cuán altísimo nivel científico se requiere para aceptar que digamos lo que ya venimos diciendo! ¡Inmarcesibles ellos! Espero que acepten «biquilimbòc, gusgó i soquellòt». Para que podamos hablar de una Academia de chichirinabo y de unos académicos correveidiles y zurupetos. En tornas.