Per Joan Ignaci Culla
El diputado socialista Francisco Garrido ha presentado en el Congreso de los Diputados una proposición para que se reconozcan algunos derechos fundamentales a los grandes simios. Una de las argumentaciones esgrimidas por este diputado es que compartimos más del 99% de ADN con los chimpancés. Por cierto, porcentaje similar al que tenemos en común con el cerdo o la mosca. No sé por qué no se les ha tenido en cuenta. Quizás porque al diputado le gusta el buen jamón (en cuanto al cerdo) y porque no ha sabido descifrar las bondades del detritus, aunque todas las moscas revoloteen sobre él.
Los científicos han demostrado que los primates comparten buena parte de su estructura genética y cerebral, así como muchas pautas de comportamiento social, con los humanos. De ahí que la propuesta del Proyecto Gran Simio esté perfectamente fundamentada y que sea incontestable, ya que los chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos (mono fornicador donde los haya), “forman parte de la misma familia biológica a la que pertenece la especie humana”.
Y a nadie (o casi nadie) cuestiona las evidencias a favor de la tesis de Darwin sobre la evolución de las especies. Y tienen razón. Si no fíjense en los comportamientos de determinados personajes que deambulan por la fauna ciudadana, pero sobre todo, en la política.
Lo que no sé es si Darwin se había planteado alguna vez la teoría de la regresión en la evolución de la especie. Lógicamente, es una teoría personal, fruto de la deducción, más que de un estudio científico, por lo que no me gustaría pasar por todos los sinsabores que sufrió el famoso antropólogo, hasta que, después de años de investigaciones, le dieran la razón.
Mi teoría es muy sencilla. Después de haber alcanzado el máximo en la evolución, los seres humanos experimentan una regresión evolutiva proporcional al puesto de responsabilidad que desempeñan. Es importante no confundir esta teoría con el principio de Peter.
Así, algunos individuos retornan al chimpancé, desarrollando sus mejores cualidades (mentir, engañar, seducir, etc.); otros adquieren la apariencia de un gran gorila, lo que no quiere decir que tengan mayor capacidad de raciocinio, ya que poseen el mismo índice de encefalización que el resto de los primates, aunque ellos se crean superiores; hay además determinados sujetos que se asemejan a los bonobos que, según el diputado (no es cosa mía), solucionan los conflictos recurriendo al sexo; y están, por último, los orangutanes (el más parecido quizás al ser humano, ya que la diferencia más destacada entre ambos es que uno habla y el otro no, lo que no quiere decir que el primero sea más inteligente que el segundo). El mejor ejemplo de estos últimos animales lo tenemos en Carod-Rovira cuando comienza a emitir repugnantes gruñidos sobre la Comunitat Valenciana.
Si el lector ha llegado hasta este punto de la teoría –y aunque no esté de acuerdo con mi teoría– no me podrá negar que se echa a faltar alguna especie dentro de esta enumeración de primates. En concreto, falta uno con el que creo que muchos valencianos tendríamos que identificarnos: el mandril. No ya por su característica expresión facial y sus rasgos cercanos al camuflaje, sino por tener el trasero pelado de lidiar con uno y otro pariente.
Es decir, que una vez que el Gobierno nacional y el autonómico han resuelto los grandes problemas que reclamaba la sociedad como son el paro, la inseguridad ciudadana, las listas de espera de la sanidad, la falta de agua, el encarecimiento de la vivienda, la violencia doméstica, la economía, la dogmatización (perdón, educación), las pretendidas y ansiadas confederaciones regionales (països catalans y euskalherria), las suplantaciones idiomáticas y culturales, el terrorismo –otra vez perdón, “fin de la violencia”–, el incumplimiento del tratado de Kioto, la inmigración ilegal, el futuro de las pensiones, el problema sectorial del textil, calzado, mueble, juguete, etc., la indefensión de los autónomos, el AVE de la Comunitat Valenciana, los puntos negros de la red de carreteras, etc., le dedique una asignación presupuestaria al desarrollo de mi teoría, a fin de demostrar que el retorno al simio, ya no es sólo una cuestión de comportamiento, sino algunas veces, incluso de parecido físico. Por lo tanto, en mi opinión, la proposición presentada en el Congreso de los Diputados no debería decidir si los grandes simios son personas –como se pretende–, sino si el ser humano (cada día más) retorna al simio. ¡Al fin y al cabo, con estas medidas nos estamos asegurando nuestro futuro!