¡Qué nos habremos creído!

Per Obdulio Jovaní Puig

Nuestra ingratitud llega al descaro, nuestra deslealtad a la desfachatez, nuestra desafección alcanza la herejía y la heterodoxia; a veces, muchas veces, llegamos al impudor, a la bellaquería incluso, a la contumacia hipócrita y farisaica. Colmados de soberbia, presuntuosos, olvidamos qué somos, de dónde venimos, a dónde vamos. ¿Acaso no somos oriundos del país de la tramuntana y la barretina, acaso no vinimos de la mano de Jaime I, aquel inmigrante de Montpellier sin papeles que nos enseñó a hablar catalán, y que, acabadito de llegar, echó a trompicones a los moros que llevaban aquí 700 años regando las huertas de la Russafa -tierra cantada en versos irrepetibles por Al Russafí- acaso no nos cedió sus tierras en un generoso «repartiment»? ¿No nos dejó, por ventura, su senyera, un retal de la aragonesa, no nos instituyó en Reino independiente y singular, no nos dio todo eso y mucho más desde un día como el de hoy, un 9 de Octubre de hace 768 años que hoy conmemoramos? ¡Conmemora, pueblo, conmemora!
Pues ahí nos tienes, desmemoriados, olvidadizos, desagradecidos, descarriados, a nuestro aire, sin bailar siquiera una sardana -«la dansa mes vella de totes les danses que es fan i es desfan»- dándole que te pego en cambio al «u i el dos» de Alboraya, a la «jota» de Titaguas, al «copeo» de Bocairent o al bolero de Carlet, sin una sola cobla de tenora y tabalet interpretando «La Santa Espina», de un ilustre jienense, recurriendo en cambio a más de 500 bandas de música, qué desvarío, por ahí vamos, desfilando al paso de Chimo o de Paquito el Chocolatero, unos de moros, otros de cristianos, sin un gigante ni un cabezudo originarios de la tierra madre, representando el «Misteri d´Elig» en vez de «La Patum de Berga», preparando ensaladas en lugar de «amanides», teniendo a la paella como plato nacional y no «a la botifarra amb mongetes»; y encima, ofrendando glorias a España en vez de amenazarla con «bons colps de falç». Ni siquiera ponemos «cagané» en nuestros belenes. Hasta tuvimos un Papa casolano, Alejandro VI, que llegó a despachar una bula sometiendo el monasterio de Montserrat a la jurisdicción de los monjes castellanos de San Benito de Valladolid. ¡Ingratos, que somos unos ingratos! Nos quejamos y ahí está el Museu d´Història de Catalunya que acoge en sus salas la grandeza del pueblo catalán que introdujo el papel, por Játiva, la imprenta, por Valencia, con el primer siglo de Oro de las letras con Martorell, Ausiàs March y otros, con dos papas oriundos, Alejandro VI y Calixto III, con la mejor pintura del siglo XV, la Verge dels Consellers de Luis Dalmau, con el más valorado humanista, Luis Vives, con el mejor músico, Martín y Soler... en relación que resumo de Ricardo García Moya.
Y nos empecinamos en decir «espill» y no «mirall», «antoix» y no «antull», «lo asombrós» y no «allò sorprenent», «fraules» y no «maduixes»... Hasta han tenido que arrancar páginas enteras de libros del Archivo de la Corona de Aragón o de la Biblioteca Nacional, que osaban contradecir lo políticamente correcto que marca el nazionalismo cultural. Tan rebeldes somos que una asociación, «Amics de la Llengua Catalana», anima a sus confidentes a acudir al Juzgado o al defensor del Pueblo acusando a la Diputación de Valencia, que en exposición actual en el Palau dels Scala muestra documentalmente que «valencià. llengua valenciana i idioma valencià» figuran ya en el siglo XII, y siglo a siglo, llegando hasta nuestro Estatut d´Autonomía.
Seguimos sin reconocer nuestra unidad de destino, sin colgarnos la etiqueta de denominación de orígen. Merecemos que no se nos deje salir al recreo, que se nos pasen los brazos por las mangas. ¡Qué nos habremos creído!

cites

La valenciana, graciosa lengua, con quien sólo la portuguesa puede competir en ser dulce y agradable.
Miguel de Cervantes

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