Exultantes, bizbirondos cual filólogos con gramática nueva, los académicos Pérez y Ferrando, con su presidenta Figueres, y con la presencia de uno de los endémicos políticos que se arrogan representatividades ajenas, presentaron en sociedad una «Gramática Normativa Valenciana», un instrumento más de dominación. Ya se preguntaba Teodoro Llorente para qué las gramáticas empedradoras de reglas enfadosas. Reforcemos su opinión con la de Ernesto Sábato: «La gramática son esas reglas o convenciones con las que se quiere constreñir el estilo individual, y las Academias sus ejecutoras». Redundemos con Manuel Alvar, académico y paisano benicarlando: «Porque evolucionar y cambiar no es proceder anárquicamente, sino actuar con otros principios de los tenidos por normativa, que también hay gramática en las «faltas»».
Ahí están los legos copistas medievales con sus anotaciones marginales -las glosas emilianenses, «les homilíes d´Organyà»- que descifraron el latín culto con su «lletí de cuina» dando lugar a las lenguas romances que ahora disfrutamos. Que Cervantes diga la última palabra: «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda».
Pues esa academia de la que tanto escribo -y tanto más deploro- está integrada por algunos titulados de aparellaje fatuo que con entusiasmo servil generosamente remunerado pretenden - y a veces consiguen- elevar sus tesis a credos. Filólogos de rebufo que con su doble afiliación -a la Academia de aquí, al Institut de allí- no son sino correveidiles importadores de léxico foráneo al que etiquetan con el marchamo de culto para distinguirlo del casolano... segundón y aldeano, descuidado y tosco, ¡bah! Así pretenden «integrar todos las sensibilidades de un mismo sistema lingüístico». Otro tocomocho. En los libros de nuestras escuelas leeremos mil veces «maduixa»; en los de las escuelas catalanas no leeremos nunca «fraula», el modo valenciano de decir fresa. Recuérdese que Martí Domínguez y Carles Salvador tuvieron que renunciar al léxico propio para poder editar sus novelas en Barcelona. Eso sí, hacen el paripé de incluirlo en sus diccionarios... y si quieres arroz, Catalina. Importaciones Figueres & Cía. comercializa aquí productos de allá. Nuestras exportaciones en cambio son imposibles, su proteccionismo lingüístico, con altísimos aranceles, es absoluto. Así blindan su seny.
Decía un académico de la Española hace unos días que la lengua se aprende hablándola, la ortografía leyendo. Claro que aquella Academia «no crea significados de uso, ni impone el uso de este o aquel significado de las palabras, se limita a registrar el uso del pueblo, que es dueño de su lengua». Fija, limpia y da esplendor, vaya. Que la de aquí, sufragánea, colonizada, manda, ordena... y ayuda a su señor.
Pues esa «normativa» será de obligado acatamiento en la Administración. No es novedoso, tal hizo Felipe V y funcionarios, maestros y cátedros le complacieron derivando todo al castellano. Sólo los disidentes de pueblo, ignorantes, siguieron con el valenciano que les trajeron, intacto, a estos saqueadores de hoy. Ahora, otros disidentes lo mantenemos «a p_l i rep_l». Nos dirán incultos, ya verán. Pero no podrán decirnos esclavos, como decía Tácito de quienes hablaban, por sopeada conveniencia, la lengua de sus amos.