La festa del ruc (fiesta del burro)

Per Joan Ignaci Culla

Si eres una de aquellas personas que lleva el burro catalán dentro, haz que tu sueño se haga realidad: cómetelo”. Aunque algunos no se lo crean, o lo pongan en duda, esta frase no pertenece a ninguna pegatina o eslogan de una asociación anticatalanista; es la que figuraba en el cartel anunciador de la sociedad gastronómica La Xicoia de Sort (Lleida), para la I Festa del Ruc (burro en catalán).

Los dos ejemplares de burro sacrificados para elaborar el estofado y longaniza de esta convocatoria proceden de la comarca de Pallars, y según el vicepresidente de la Xicoia, Jaume Mata, no pertenecen a la especie protegida “guará catalá”, sino que se trata de dos machos de raza común. Otro miembro de la asociación, Ramón Aites, anuncia que el asno es “catalán” porque “vive y trabaja en Cataluña”.

No es de extrañar que dicho espectáculo haya levantado las iras de asociaciones ecologistas y de defensa de los animales. Lo más paradójico de toda esta historia son los argumentos esgrimidos por estas asociaciones: sus protestas únicamente se centran en que la fiesta es “esperpéntica y lamentable” porque se resume en comerse “a una de las señas de identidad de Cataluña”.

Incluso la presidenta de la Asociación en Defensa de los Derechos del Animal (ADDA), Carme Méndez, añade que en esta ocasión no realizará ninguna acción puntual, aunque advierte que “se pensarán y valorarán acciones para un futuro”. Sí que propone, sin embargo, enviar una carta o un mail de queja a los organizadores, ya que recuerda que “el burro se ha convertido en el símbolo de Cataluña por transmitir un sentimiento, una manera de entender el país y su gente, promover una identidad, una cultura y unas costumbres”.

Ahora me explico por qué ha proliferado tanto el emblema del burro catalán en forma de pegatina que “lucen” algunos coches en la Comunitat Valenciana.

Inocente de mí, creía que obedecía a una reivindicación ecologista, a una muestra de apoyo a una especie protegida en vías de extinción, y resulta que no; que el burro es la manera de entender la identidad, el sentimiento y la cultura catalana.

No me extrañaría que los miembros de la AVL hayan participado en ese festín gastronómico de estofado y longaniza de burro catalán, y los efluvios del asno los hayan reconvertido, más si cabe, con esa identificación cultural y sentimental del origen autóctono del equino. Como tampoco desterraría la idea de que entre los comensales ecologistas se encontrasen algunos de los profesores de los institutos de nuestra Comunitat; aquellos que “recomiendan” a los alumnos como material escolar libros como El Nom, La Unitat i La Normalitat –Informe sobre el reconeiximent del català com a llengua oficial i propia del País Valencià–, de la editorial Acció Cultural del País Valencià i del Observatori de la llengua catalana; propiciando que cada vez en nuestras tierras haya más adictos al burro.

Cuesta creer, por más que sea cierto, que algunos valencianos se sientan identificados con el asno que simboliza, no ya otra cultura, la catalana, sino que además promueve el intento de exterminio por suplantación de la nuestra, la valenciana.

Pero si este hecho es de lamentar, no por su simpleza pedagógica sino por su estrategia megalómana, lo es mucho más que aquellos que tienen la responsabilidad de que las nuevas generaciones se formen atendiendo a las más elementales reglas del rigor, la veracidad y la legalidad, consientan estas manipulaciones que atentan contra la ley soberana de los valencianos: el Estatut.

De poco servirá al PP el día de mañana lamentarse por haber contribuido a crear con el actual sistema de enseñanza “jarrais-catalanistas”, que además de identificarse culturalmente con el burro, apoyen a las fuerzas ideológicas que lo promueven y que, lógicamente, no son ni serán las que ahora consienten, por su indiferencia o complejo, la dogmatización a los que los someten.

Quizás, de continuar como hasta ahora, no nos extrañe que dentro de unos años se desplace la “Festa del Ruc” (fiesta del burro) desde Sort (Lleida), a nuestra Comunidat y no precisamente para celebrar su carácter gastronómico, sino como símbolo identitario de los países catalanes.

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Los mallorquines hablan una lengua que es tan antigua como el inglés y más pura que el catalán o el provenzal, sus parientes más cercanos.
Robert Graves

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