Per Joan Ignaci Culla
La localidad china de Fumin, en la provincia de Yunnan, se ha hecho popular en todo el mundo al trascender la noticia de pintar una montaña de verde metálico para no tener que reforestarla.
Los lugareños, después de conseguir que cerraran la cantera tras siete años de polvo y ruido, pensaban que, pese a que habían sido arrasados más de mil metros cuadrados de ladera, la montaña Laoshou (‘Cabeza Vieja’) volvería a su estado original.
Y la mejor forma que ha encontrado el Buró de Agricultura y Bosques de Fumin, siguiendo las reglas del feng shui (milenaria sabiduría popular que dice cómo han de estar dispuestos los objetos y la luz en una casa o jardín) ha sido pintar de verde la cantera en tan sólo mes y medio de trabajo, con un gasto de 46.300 euros. Según los expertos, con ese dinero se podrían haber reforestado varias montañas.
Al principio los aldeanos estaban convencidos de que estaban rociando de pesticida la zona y que después empezarían a plantar árboles, pero pronto salieron de dudas al descubrir las latas de pintura.
La ancestral creencia china de buscar el equilibrio entre el hombre y su entorno quedaba en entredicho con esta medida surrealista, al destrozar un paisaje regándolo de productos tóxicos hasta convertirlo en el decorado de una película de terror.
Esta forma chapucera de dar una manita de pintura para simular lo que no es por parte de las autoridades de Fumin me recuerda a lo que ha hecho el Partido Popular con la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL). Porque la cantera de la AVL no deja de ser un yacimiento de losas variopintas provenientes del catalanismo valenciano.
Por más capas de pintura que le dé el PP para disimular y aparentar que se trata de una institución al servicio de la lengua valenciana, y por extensión del pueblo valenciano, sus miembros (me niego a llamarles académicos) lo dejan en evidencia cada vez que salen a la luz.
Sus informes, dictámenes y publicaciones actúan como capa superficial del valenciano, pero cuando se rasca un poco aparece de inmediato la realidad de su existencia; su color marfegoso. En definitiva, su tono y sustancia repugnantemente nociva, altamente tóxica y con un olor desagradablemente fétido. Y se pone de manifiesto que sus ingredientes altamente contaminantes de catalanismo nada tienen que ver con el azul cielo prometido.
El PP, al igual que las autoridades de Fumin, no ha escatimado recursos a la academia con el objetivo de parchear la situación, en vez de haber buscado el feng shui auténtico valenciano, que permitiera la paz social, la tranquilidad, el sosiego y el equilibrio entre el pueblo y su cultura. Ha preferido dejarse llevar por la comodidad y los razonamientos de los vendedores agresivos, sin comprobar que lo estaban timando con un producto de saldo, caducado e incompatible con su destino.
Sin embargo, no es de recibido que antes de adquirir este producto no hayan leído las contraindicaciones (y si las han leído mucho peor, ya que habrían sido conscientes de lo improcedente de la mercancía). Además, su poder corrosivo, una vez realizado el tratamiento envolvente, es altamente perdurable en el tiempo hasta el punto de que, si no limpiamos la superficie de nuestro idioma antes de que se filtre en la tierra, sus efectos pueden ser imperecederos.
Aún estamos a tiempo. La inmensa mayoría del pueblo valenciano, a excepción de los vendedores de engañosos pesticidas, se prestarían como voluntarios provistos con decapantes ecológicos con los que eliminar la pintura de la mentira.
Una vez se extraiga y deposite en barriles de desechos, se puede remitir a las plantas de reciclaje (caso de que sea posible) para así restablecer definitivamente el paisaje saludable y hermoso de nuestra cultura. Porque, como dice la prensa provincial china mofándose, la montaña se ha convertido en un elemento “inútil y feo”, lo que me hace pensar en la buena educación (o el miedo) de los periodistas al calificar la barbaridad tan benignamente. Yo, sinceramente, al horror que ha provocado la pintura de la AVL le pondría otros calificativos.