La titulación condado de Cataluña, utilizada en el Tratado de la Real Señera, no fue invento mío (como sugería un diario madrileño), ni tampoco un fácil recurso despectivo. Simplemente respondía al título correcto del territorio, según la voluntad real manifestada en las antiguas cortes generales de la Corona de Aragón. Y siempre hubo estudiosos que tuvieron constancia de ello.
En 1603, el culto Botero Benes publicaba una obra dedicada al duque de Lerma, valido de Felipe III, en la que se enumeraban los territorios de España y, entre ellos, "el Condado de Cataluña" (Botero, J.: Relaciones universales del mundo. VaIladolid, 1603, f. 3). La persona a la que iba dirigido el libro no era un cualquiera, sino la segunda autoridad del imperio español.
Cataluña fue condado por voluntad expresa de los monarcas. El siguiente texto, traducido, es del historiador catalán Andreu Bosch: "En las Cortes que el rey Pedro II celebró en Barcelona el año 1283, establecieron por ley general que el título del soberano señor de Cathalunya, fuera siempre para todos los sucesores, no de rey, ni otro, sino de conde de Barcelona, y así siempre se ha observado en todos los actos, hasta el juramento que le prestan los cathalans como conde es notorio en todas las cortes" (Bosch, A.: Sumario de los títulos de honor de Cataluña. Año 1628, p. 299). Es decir, todos los catalanes -no sólo los barceloneses- tenían como señor al conde de Barcelona; no al inexistente rey de Cataluña. Así de meridiano es el asunto, aunque es cierto que en múltiples ocasiones, políticos pelotilleros y cronistas interesados han titulado reino al condado.
El mallorquín Baltasar Porcel, en su rutilante época pujoliana y barcelonesa, no satisfecho con la hipérbole de reino, se atrevió a llamar "Imperio Catalán" al condado (TVE, 1-XII-81).
El protocolo no podía obviar el título de condado que ostentaba Cataluña. En el "Epitaphe" dedicado al fallecido Luis XIII de Francia, es el propio monarca quien -en sentido figurado- interpele a los catalanes, alabando que le proclamaran conde en 1640: "mucho Cataluña supo, escogiéndome por conde" (Epitaphe sur la mort de Luis XIII, Liberateur de Cataloigne. Barcelona, 1643). La puntualización es inequívoca: Cataluña, no sólo Barcelona, proclama o escoge a su conde; no a su monarca o emperador.
Es decir, según el "Epitaphe", cuando los catalanes trataron de independizarse de la corona de Aragón en 1640, entregándose al rey de Francia, su "Liberateur" no pudo ni quiso ostentar más titulo que el de conde de Cataluña o Barcelona. Esto mismo, traducido al valenciano, es lo que un erudito catalán del XVII nos aclara: "Bruniquer", el savi archiver de la ciutat, en el sigle XVII, diu que la Diputació de la Generalitat de Catalunya que fon comensada l´any 1359 fa per armes la sola creu com armes antigues de Barcelona, que es dir Cathalunya" (Doménech, L.: Ensenyes de Catalunya. Barcelona, 1936, p. 46).
Repasen el escrito de Doménech, pues, parafraseando a Bruniquer -en un alarde de sinceridad- ofrece dos verdades que suelen provocar heridas: la primera es sobre heráldica, y en la segunda reconoce que el condado equivale a todo el territorio: "Barcelona, que es decir Cataluña".
El contraste entre la grandilocuencia de los escritores catalaneros actuales y los datos de la época son elocuentes. Con decir que en toda la Edad Media y Renacimiento fueron incapaces de acuñar moneda con la palabra "Cataluña". Pero, bueno, ¿qué imperio tan cutre era éste? Carecían incluso de una estructura defensiva coherente, hasta el punto de que la Orden de Caballería de San Jorge se encontraba sin recursos para alimentarse, y sólo pudieron comer caliente cuando por caridad fueron admitidos en la valenciana Orden de Montesa.
Su misión consistía: "en defender los pasajeros de los asaltos y continuos robos que se hacían en el Coll de Balaguer; pero vencida de la necesidad, y por ser tan pocos los caballeros (catalanes) que había en la orden, que no sólo no podían defender los caminos de los insultos y robos que hacían los moros; pero ni aun sus personas de la poderosa necesidad que les acosaba; se determinó, enero 1400, de presentar al rey la imposibilidad en que se hallaba la Orden, y en las pocas esperanzas que había de ser socorrida" (Samper, H.: Montesa. Valencia, año 1669, p. 214) .
El rey Martín, merecidamente llamado el "Humano", recomendó que se integraran en la orden valenciana de Montesa. Al ser admitidos, el maestre y sus caballeros estaban, según el cronista: "contentos todos" (p. 214). Y no era para menos, pues tenían asegurada la comida diaria a costa del Reino de Valencia.
Esto sucedía, y perdonen la insistencia, en 1400; época áurea del llamado (¡ejem!), "Imperio Catalán".
En fin, aunque es imposible contrarrestar la propaganda colaboracionista de los subvencionados por Lerma, Pilarín y compañía, dejemos constancia de que Cataluña sólo era y es un condado, ni más ni menos. ¡Ah!, y cuando les dé la tabarra algún catalanero plomizo -de esos que les cae la baba al decir "Principat", especialmente cuando ha ganado "su capital" una Liga- recuerden lo anterior.