Ana Rebeca Mezquita Almer perteneció a la literatura del XX. La vida la llevó a vivir lejos de su tierra y tal vez por eso sintió la necesidad de expresar por medio de la poesía la nostalgia y los sentimientos que la vida le enseñó.
Nació en Onda, a finales del siglo XIX, era 1890, exactamente el 26 de octubre, nació en esta población de la Plana Baja en una época en la que aún se recordaban los arcabuzazos de las guerras carlistas y en España se vivía la regencia de Mª Cristina de Habsburgo mientras cuidaba del pequeño Alfonso XIII hasta su mayoría de edad.
Su padre fue Juan Bautista Mezquita Pastor, farmacéutico, culto y conservador; su madre, Sofía Almer Canelles, ama de su casa y madre de cinco hijos; y ambos conocidos miembros de la sociedad de la época, honestos y de raigambre ondense. Ana fue la menor de los hermanos Mezquita Almer; su hermano mayor, Joaquín, siguió los pasos profesionales de su padre; su hermano Juan fue pintor y profesor de dibujo; Sofía y Amparo fueron sus queridas hermanas de las que siempre habló muy bien en sus cartas.
Su infancia fue feliz, en el seno de una familia acomodada, rodeada de los suyos y de la tranquilidad de un pueblo siempre añorado y jamás olvidado. Estudió en el Colegio de la Consolación y fue una niña de horizontes abiertos y soñadores. Un día, aún siendo pequeña, su padre traslada la farmacia a Nules y hasta allí viajará toda la familia. En la nueva ciudad vivirá su juventud entre amigos y tierras de naranjos que marcarán onda huella en su espíritu sensible, como recordará en una carta suya 40 años después diciendo, "Nules ha sido para mí toda mi vida y cada fecha significa para mí muchos recuerdos juntos y separados. Fui a él muy niña y lo viví largos años. Todas y todos los de entonces están tan presentes en mí que nadie ni nada se aparta de mi afecto".
En Nules encontró al hombre que se ganó su corazón, Manuel Valentín Torrejón, un joven abogado con el que se desposó en 1917. Viajan a Valencia, pues Valentín se ha instalado como abogado allí. Durante ese periodo en la capital nacen los dos hijos del matrimonio, Fernando y Rafael. Valencia, las noches de verano en la Malvarrosa, su familia, todo era felicidad. Fueron años radiantes en los que Ana se dedicó exclusivamente a su familia de una forma completamente entregada y feliz, lo sabemos por los versos que compuso. Años más tarde Valentín gana una oposición de Registrador de la Propiedad y el primer destino de la familia será Ayora, donde vivirán seis años, después Ugijar en Granada, dos años más, varias vueltas y por fin en 1931 se instalan definitivamente en las Islas Canarias, primero en Santa cruz, luego en San Cristóbal de la Laguna, que se convertirá en residencia definitiva.
La espina dorsal de mucha parte de su obra es la nostalgia de su tierra y siempre tuvo presente a Onda y a Nules, en sus poemas habla de fiestas, de montañas, de paz y tranquilidad, de campanadas de iglesias próximas, de agua fresca manando de fuentes familiares. En Ana Rebeca Mezquita de la nostalgia y el amor a su tierra nacen muchos de sus poemas. En sus continuos viajes y estancias lejos del hogar recordará a sus amigos y la tierra que huele a azahar, sin embargo, cómo no, también se queda embrujada por Tenerife donde los años pasarán y Ana se convertirá en una mujer serena y madura en la que se mezcla el espíritu y la sensibilidad valenciana con la fortaleza y seguridad que dan los años, con la templanza de los vientos isleños, con la mirada hacia el horizonte atlántico que despierta sus ansias y sueños, sus recuerdos y sensaciones nuevas y viejas.
Los niños han crecido y tiene tiempo para dedicarse a la escritura, a la poesía, a la lectura. Recuerda como de joven estaba ansiosa por conocer las cosas más bellas de la vida, le entusiasmaban los poemas de Juana de Ibarbourou, escritora uruguayana en la que toda su poesía giraba entorno a un único tema: el amor. Se interesó por la poesía de los clásicos valencianos, los poetas del renacimiento y la lírica trovadoresca. Ahora despierta en ella la necesidad de decir cosas, de conocer a los clásicos, de identificarse con ellos, cuando habla de sus preferidos menciona a Juan Ramón Jiménez, San Juan de la Cruz, León Felipe, Rosalía de Castro. Allí en su retiro isleño reflexionará, soñará y forjará su obra entre el viento, las olas, las velas, la luna, las estrellas de plata, la mar de plata…
Tan solo hará un único y último viaje a Valencia, en 1946. Encuentra una ciudad muy diferente de la que ella dejó, han pasado 15 años y una guerra civil por medio, encuentra una Valencia más grande y ruidosa. Su hermano Juan, ahora prestigioso profesor de dibujo, le ha enseñado los poemas de su hermana al poeta Bernat Artola y, en este viaje, los presenta. De este encuentro surgirá la publicación de un libro titulado "Vidres", editado por Armengot en 1953.
A partir de 1950 Ana Rebeca se presenta a los Juegos Florales que se efectuaban en Valencia, Nules, Onda, etc. alentada por su familia en un momento en que una mujer aspirase a la Flor Natural era poco corriente. Obtiene galardones de Lo Rat Penat, gana en otros tantos concursos premios y accésits con poemas titulados "Llum", "Jorn i nit" "Ratxa", poemas en los que se vislumbra una clara influencia de haber leído a Aribau y a Verdaguer, son ampulosos y triunfalistas. En los Juegos Florales que se convocan en su añorada Nules también participa ganando bastantes premios: "Tarongina", "Esplets d´estiu i tardor", "Ales", aquí ya presenta unos versos más armónicos y llenos de referencias a la madre naturaleza con la que desea identificación.
Los hijos de Ana Rebeca se han licenciado en Derecho, el mayor, Fernando, se casa con su prima Carmen, hija de su tío Juan. El pequeño, Rafael, se siente inclinado hacia la literatura y la aventura y decide marchar a Venezuela. La distancia dolerá a Ana Rebeca pero el mayor revés llegará en 1960, cuando en febrero muere su marido Valentín y se sumirá durante un tiempo en el silencio del vacío.
Siguió escribiendo y publicando, en sus últimos versos habla de la muerte y del dolor de dejar un mundo tan hermoso, pero de una forma serena y comprensiva. Hasta el último momento sus poemas recibieron premios. En el mes de octubre de 1970 murió Ana Rebeca. Entre las brumas de un viaje hacia no sé dónde, tal vez suaves recuerdos de pueblos, infancia, familia, colores, tierra… es otoño en el Teide cuando cae la última hoja.
Bibliografía de referencia: Piñón Cotanda, Concha M. "Antología poética de Anna Rebeca Mezquita".