Aprender a ser libre

Per Wenley Palacios

El 16 de noviembre de 2006 falleció Milton Friedman que hizo tanto por la libertad como el ejército americano liberando a Europa y a Japón. Máximo representante de la Escuela de Chicago, cuestionó la teoría económica de Lord Maynard Keynes, que saneó la crisis de 1929 predicando el aumento del gasto público como receta fundamental, llevando en los años 50 al Estado del Bienestar que impulsaron los gobiernos socialdemócratas. Friedman que trabajó en el New Deal, corrigió sus defectos y propició la libertad de mercado solo corregida con recetas monetaristas, como se viene aplicando en USA y en la CEE, por medio de instituciones independientes de los gobiernos, a través de la Reserva del Tesoro y del Banco Central Europeo, respectivamente. Asesoró a Pinochet, a la Tacher y a Reagan, aceleró la vuelta al capitalismo de Polonia, Hungría y Chequia. Este pequeño -de estatura- judío de Nueva York, n. 1912, en 1951 recibió la Medalla John Bates Clark, en 1976 el Premio Nóbel de Economía y en 1988 la Medalla de la libertad de Estados Unidos. Entre sus obras recomiendo Libertad de elegir.


Milton Friedman

Algunos se horrorizan cuando oyen la palabra libertad, les entra como una urticaria, unos incontenibles picores por todo el cuerpo, solo con oír pronunciarla. No es fácil darle muerte, hay que matar al individuo. Se puede prohibir, encarcelar a los que la ejercen, pero no se puede exterminar. Cuando nacemos, en el alma, en nuestros genes, llevamos impresa la libertad y en el transcurso de nuestra vida, a poco que pueda, echará a volar. Si embargo, pocos son los hombres auténticamente libres. Para ello se necesita poder elegir y hacerlo sin permitir que los demás lo hagan por tí. Cuando no puedes elegir, te han convertido en esclavo. Hoy en día hay una tupida red de intereses, que percibimos en forma de propaganda, destinada a que nuestra elección no

sea tal, sino la que quiere el que paga los anuncios. En el terreno comercial cualquiera lo ve claro. Cuando nos preguntan en la barra de una cafetería “que va a ser”, con facilidad pedimos ese refresco con el que nos martillean los anuncios. Compramos prendas de vestir y vamos luciendo las marcas de nuestros proveedores. Algunas no se describen, sencillamente se piden por el nombre de su marca. “Quiero una barbour verde” y todos saben qué estás pidiendo una chaqueta acolchada con pespuntes cruzados en forma de rombos. En política la cosa es peor. Si entras en la web de la Junta de Fiestas de la Magdalena flamean dos banderas para que elijas idioma, la española y la catalana, como si no se tratara de Castellón, ciudad que desde su fundación pertenece al Reino de Valencia. No entré, no quiero saber nada con quienes desprecian el valenciano auténtico, “la más culta y dulce de las lenguas romances”. Se ha presentado la candidatura a las elecciones autonómicas del próximo mayo de la coalición –en realidad es una sopa de letras- izquierdo-nacionalista. Iba a decir valenciana, pero no, porque solo ondeaban banderas republicanas y de catalanas. Me temo que unos son comandos de más allá del río Cenia y otros restos de ese mundo estalinista ya caducado de fecha.

Los que leen mis artículos, los que me oyen en persona o en televisión, saben que defiendo la libertad como el bien superior y más sagrado de la persona, el que hace posible disfrutar del resto de los derechos humanos. Pero hablar a secas de libertad, para algunos, es poco eficaz, poco práctico, porque ellos se sienten libres sólo porque votan en las elecciones, aunque nunca elijan la papeleta. No han aprendido a ser libres. Son esclavos de la tupida red de propaganda política. Han sido golpeados machaconamente con consignas de parlanchines, sucesores de los viejos charlatanes de feria, que se presentan iluminados por una sabiduría y una ética de las que carecen.

Muchos se lo tragan porque así lo pregonan sus corifeos de la tele, de la radio o de los periódicos de gran tirada. Los que se dejan llevar por esa maquinaria mediática que les machaca a todas horas, que habla de paz y oculta que quieren rendirse ante los asesinos y sus aliados, que lo único que buscan es destruir nuestra Patria. Los que se dejan llevar por quienes cuentan la Historia a su manera, para justificar torticeros y sucios fines, ocultando lo que realmente sucedió. Los que creen a los que aseguran que hablamos catalán, porque nos lo enseñaron los catalanes que, con Don Jaime, conquistaron Valencia, lo cual, además de ridículo, es falso históricamente; y lo saben porque es fácil desenmascararlos, porque en sus casas aprendieron el valenciano y cuando les hablan en el feo dialecto barceloní reciclado no les entienden. Lo saben porque han vivido los besos de su madre y de sus abuelas, los de sus amadas y los recibidos de sus hijos y “tot lo mon sap que es un “bes” y no un “petó”. “Recorden al seu ayo, al qui mai han dit avi”. Nunca han dicho “amb” ni “aleshores”, que ni tan siquiera es catalán, es un galicismo.

Los que se dejan llevar por esas consignas, esos no eligen, no ejercitan su libertad, se limitan a hacer lo que les dice la propaganda. Son esclavos. El libro de Friedman que he recomendado más arriba, ya en su título, expresa claramente en qué consiste la libertad. Ejercitar la libertad consiste en poder elegir entre una serie de opciones. No aceptar sin más lo que nos aconsejan o tratan de imponernos. Se trata de elegir con toda libertad. Aprender a ser libres es sencillo, todos estamos capacitados para ello. Cualquier ciudadano sabe elegir en el terreno que le es propio, es decir, en su profesión. A veces se equivoca, pero siempre elige libremente lo que cree mejor. El médico piensa curar a su paciente y decide el tratamiento, las medicinas que ha de tomar y la dieta que ha de seguir. El abogado diagnostica y elige la acción judicial

oportuna para resolver el problema del cliente y selecciona las pruebas de que ha de valerse. El panadero sabe elegir la mejor harina, la levadura apropiada y el tiempo de cocción. El labrador calcula si es tiempo de segar o de espigar, de podar o de abonar, de sembrar o de recolectar y elige el momento adecuado para cada labor. El pastor lleva su ganado a los pastos del monte si es verano y hace trashumancia buscando en el este los de invierno, elige el momento de esquilar y la hora de ordeñar. Los cocineros eligen los productos adecuados, los mezclan y los ponen al fuego en la forma y durante el tiempo que calculan más adecuado. No es preciso ser universitario ni tan siquiera tener estudios. Lo único que se requiere es no hacer caso a lo que dicen en la tele, en la radio, en los periódicos y los sabiondos del bar. Tampoco me hagan caso a mí, a nadie.

Recuerden todo lo que pasa, lo que ven a su alrededor, lo que oyen y aléjense un poco de todo ello. Piensen unos minutos y decidan libremente qué opción les parece más justa, cual es la mejor. Y vótenla. El voto es secreto y muy importante, de lo que votamos depende nuestro futuro y el porvenir de nuestros hijos. Todos tenemos una idea muy clara de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que conviene a nuestro pueblo y a nosotros mismos. De lo que es justo. Así lo entendió el Rey Don Jaime y confió en el pueblo llano desde el momento que conquistó Valencia. No consintió que fuéramos vasallos como lo eran aragoneses y catalanes, pueblos que recibió en herencia. Nos reconoció hombres libres y fuimos llamados y acudimos a las Cortes desde la primera que convocó. Ningún Rey de Valencia podía ser coronado sin haber jurado els Furs, porque nadie, ni el Rey, estaba por encima de la Ley. Los valencianos nunca abdicaremos de lo que es más nuestro, el valenciano que hablaban nuestros abuelos y nuestros padres, porque en ese precioso idioma expresamos desde hace siglos nuestra condición de hombres libres. Por eso tenemos el deber de ser cuidadosos y no dejar que la propaganda nos engañe. Cada día debemos defender nuestra libertad aprendiendo a distinguir, sabiendo elegir.

cites

Nadie podrá asegurar que el valenciano y el mallorquín sean dialectos del catalán en el verdadero sentido de la palabra. Los tres se han desarrollado con absoluta simultaneidad de tiempo y divergencias léxicas, sin influirse mutuamente
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