Hay tres momentos en la conquista de Valencia, que demuestran claramente la firme determinación de Don Jaime de crear un Reino nuevo, diferente de otros de los en que ya era soberano. Cuando se entera que uno de aquellos señores feudales aragoneses, los que le han amargado la existencia desde niño, ha conquistado Morella, Ares y Chivert, se da cuenta que Blasco de Alagón se ha puesto de acuerdo con Abuceit y piensan ocupar los castillos de la frontera, desde Morella a Segorbe, para luego avanzar hacía el mar y crear nuevos feudos donde el Rey solo recibirá vasallaje, pero ellos se harán con las riquezas del rico territorio valenciano. Otra vez ha de enfrentarse con los grandes señores aragoneses que le decían “Nos, que valemos tanto como vos e todos juntos más que vos, os facemos rei con tal que respeteis fueros e privilegios, E si non, non”. Don Jaime lo impide, para a Blasco de Alagón y obliga a entregarle el castillo de Morella. No quiere otro reino con sistema feudal.
A continuación, dejando atrás las razias en territorio árabe y despreciando los castilos, decide tomar una ciudad importante para adueñarse de su distrito, que proporcionará un gran botín, muy apetecido por los que luchan a su lado. Decide bajar por las ramblas del río Palancia y en Sagunto ladearse. Llegará a la ciudad más importante al norte de Valencia, con salida al mar, por las ramblas del Mijares y la sitiará. Conquistará Burriana.
Allí estaban todos los nobles aragoneses y algunos catalanes, que no obedecían al Rey con presteza, ni se mostraban generosos. Desde mediados de mayo de 1233, en que pone sitio a la ciudad, durante el día lucha contra las murallas y los ballesteros árabes y por las noches vigila los pertrechos de su campamento, espada en mano como un peón, para evitar sabotajes de los nobles, que prefieren que Valencia y sus tierras permanezcan en manos árabes antes que en las del Rey. Incluso pactan una indemnización con Zayyan, el Rey de Valencia, a cambio de la retirada. Blasco de Alagón le dice a Jaime: “los reyes quieren siempre más de lo que pueden”. Nuevamente lo embarcan en una conquista y lo abandonan en el momento preciso, para que su humillación sea evidente. El Rey no se arredra, llama a los obispos, a los nobles catalanes y a los concejos de las ciudades de Aragón. Ante esta maniobra aquéllos retroceden en su decisión de abandonar Burriana, para no quedarse fuera del reparto de la conquista. Don Jaime escribe en la “Crónica”: “Así tomaremos Burriana, a pesar del diablo y de los malos hombres que mal nos aconsejaron”.
Tras muchos planes y trabajos, minan la muralla y el 1 de junio asaltan Burriana sin éxito. Don Jaime ordena seguir con el minado y los sitiados, que saben no aguantarán una segunda embestida, piden un mes de tregua. “Ni un día”. Se rinden y el 16 de junio 7.032 habitantes abandonan la ciudad.
Los grandes nobles se niegan a mantener la conquista y se aprestan otra vez a marcharse. La voluntad de Don Jaime nuevamente se impone. En diciembre de 1.235 se casa en Barcelona con Na Violant y la trae a vivir a Burriana, para que nobles y árabes sepan que no renuncia a la población conquistada y prepara la conquista de la ciudad deZayyan.
El tercer momento, definitivo, ocurre en la Valencia recién conquistada. Convoca las primeras Cortes, arrinconando a la nobleza y al clero y favoreciendo al tercer estamento, el pueblo llano. Para ello, manda acudir a gentes de Castellón, Villafamés, Burriana, Onda, Liria, Corbella, Cullera y Gandia, en tal número que son más que los dos estamentos. Crea un nuevo reino, diferente de Aragón y de los Condados, para evitar el dominio de los señores feudales a los que detesta. Su pensamiento está lejos del sistema feudal, da de lado a los grandes nobles y se apoya en los hombres de las ciudades y “nuestro pueblo es libre”, como decía el Rey Alfonso III en 1.333.
Los comandos catalanistas que se adentran en nuestro reino, predican que “el valenciano es catalán”, para llevarnos a formar “els Paisos Catalans”, agregando a los mallorquines. Así inventan una nación sobre la base de un supuesto idioma común, con tal de independizarse de España. No tienen autoridad moral, ni lingüística, ni histórica, para hacerlo. Carecen de cualquier razón que no sea su torticero deseo político de anexión, para lo que necesitan desvirtuar los auténticos valores de la valencianía. En Baleares ha prometido su cargo el nuevo Conseller de Gobernación, un asaltapiscinas procesado, miembro de ERC, pidiendo la independencia de los Países Catalanes. Están obligando a estudiar y hablar en catalán, despreciando el español, y ahogan el mallorquín, el menorquin y el ibicenco. Estamos en un momento en que los enanos políticos dominan España y la dominarán mientras no gobierne la lista más votada.
Estos ignorantes, son capaces de todo, compran voluntades, dictámenes lingüísticos y un nueva redacción interesada de la historia. Como dice Jordi Pujol “hay que contarla de otra manera”. Por ejemplo,
el último Conde de Barcelona fue Don Juan, padre de nuestro Rey, y no conozco a nadie, a lo largo de toda la historia que haya llevado el título de Príncipe de Cataluña, que solo fue un conglomerado de Condados no articulados, cuyos respectivos títulos de conde fueron a parar a manos del Rey de Aragón, sin unirse nunca a este reino.
Tampoco estuvo unido al de nueva creación, el Reino de Valencia, que tiene peculariedades distintas, en la composición de las Cortes, en las leyes, en su moneda, en sus instituciones, incluso las municipales, y por supuesto en su lengua. Don Jaime no importó la aragonesa, ni el dialecto del oc que balbuceaban y no escribían aún en los condados catalanes. Tradujo sus primeras leyes dadas en latín dadas a Valencia, según costumbre de la época, en el “romance que hablan aquí mis súbditos”, los que ya estaban cuando llegó Don Jaime y conquistó este Reino.
Esa independencia, la diferencia de costumbres y lengua, nos las quieren arrebatar, para convertirnos en ciudadanos de tercera o cuarta clase de unos insistentes Países Catalanes. Esa fuerza invasora que nos acosa tiene un centro, el Instituto de Estudios Catalanes, antes subvencionado por la Banca Catalana, que quebró Pujol y cuyos fondos tuvimos que reponer todos los españoles, que, como siempre, pagamos con nuestros impuestos los desmanes de los políticos de aquella tierra. Ahora ese Instituto de Estudios Catalanes se abastece generosamente de la Generalitat de Cataluña, con el beneplácito de todos los partidos catalanes y encima recibe subvenciones de instituciones valencianas.
En cambio, los valencianos, defendemos nuestra lengua verdadera, con entusiasmo, pero diseminados. Unos a través de pequeños partidos políticos, carentes de éxito en las urnas; otros a través de asociaciones más o menos importantes, pero todas reñidas casi siempre entre si, por un quítame allá estas pajas, por una palabreja o un acento de más o de menos. Alguien debería meditar cómo reunir en algo así como un Congreso a todas las fuerzas valencianas auténticas, a todas sus asociaciones que defienden el valenciano auténtico, para procurar el consenso de todas ellas. Para terminar con las pequeñas diferencias lingüísticas de esos grupos, dilucidándolas entre ellos y formar un frente compacto y fuerte, decidido a convervar el valenciano que hablan nuestros abuelos y repudiar y expulsar el catalán horroroso que enseñan en las escuelas y el dialecto catalán de la A.V.L. que hablan en Canal 9 y Punt Dos.
Ese Congreso debería llamar a las personas que últimamente se han distinguido en la defensa de nuestra lengua, no sólo filológicamente o históricamente, también, a título personal, a algunos políticos, que acudan sin las siglas de su partido. Y sobre todo a la sociedad civil, a la industria valenciana, para que de la misma forma que, con orgullo, está etiquetando sus fabricados como “Productos de Valencia”, lo haga, además en el valenciano auténtico.
Creo que los lingüistas e historiadores, así como los políticos, no están capacitados para convocar y organizar ese Congreso. Unos están enrocados en sus ideas y los otros en lo políticamente correcto. Pienso que la autoridad para llamar a la unidad la tiene el pueblo, la sociedad civil, que siempre encuentra al hombre de empresa adecuado para llevar a cabo los grandes proyectos. Tal vez sea necesario que tome las riendas del asunto un auténtico ejecutivo.