VIII Centenario del nacimiento del Rey Don Jaime. Leyenda de la concepción de Jaume

Per Wenley Palacios

Nunca nació señor a quien Dios hiciera mayores gracias ni más señaladas”.


Navas de Tolosa

Doña María había heredado el Señorío de Montpellier, porque para autorizar la boda de su abuela Doña Eudoxia, hija del Emperador Manue Comneno de Bizancio, se puso la condición que lo heredara su descendencia. De su matrimonio con Pedro II el Ceremonioso, Rey de Aragón y Conde de Barcelona, tuvo una hija que había fallecido y por aquel año 1205 “nuestro padre don Pedro desamaba a la sazón a la reina”, lo que preocupaba a las gentes de Montpellier, temerosos de perder su independencia y privilegios.

Aragón y Barcelona se interesaban más por lo que ocurría al norte de los Pirineos, donde estaban ligados por parentescos e intereses territoriales, pues el Rey de Francia solo reinaba en el Norte y en parte de Inglaterra. En el mediodía desde los Pirineos hasta el norte de Italia y más allá, en tierras de condados y señoríos, se extendía la herejía cátara. El Papa Inocencio III preparaba una Cruzada para acabar con ellos, que en su momento encomendó al Rey de Francia. Completando el mapa político, el cruzado Simón de Monfort, Señor de Beziers y de Carcasota, tenía puestos los ojos en la ciudad universitaria de Montpellier, en sus ricas tierras y en su litoral mediterráneo.

Don Pedro había abandonado el lecho de su esposa, pero no el de cuantas damas se cruzaban en su camino, era un rey “muy liviano” en lo político, pero sexualmente muy activo. El ricohombre Guillem de Alcalá le confió, estando su rey en Lates puerta de Montpellier al mar, que a dos leguas, en Mireval, había una hermosa dama que estaba dispuesta para su señor si acudía esa noche. Era mayo, la primavera aromaba la noche con mil flores recién abiertas y la llenaba de rumores marinos con el batir del mar contra los arenales de la costa, pero nada de ello llegaba a los sentidos de Don Pedro, solo el deseo erótico de su desenfreno. Fue. Al llegar, el ricohombre, que había preparado en encuentro, le dio paso franco en una casona de Mireval y le introdujo en una cámara apenas iluminada. Entre la penumbra se distinguía la alcoba y en ella una noble cama cubierta con alto dosel del que pendían espesas cortinas, el misterio difuminaba las curvas de la mujer que esperaba desnuda sobre el lecho.

Cuando cesaron los gemidos se encendieron varias antorchas a la vez, portadas por ricohombres y el notario real. Al verlos el Rey montó en cólera que tornó en risas cuando se dio cuenta que había hecho el amor a su esposa. La gracia divina consistió en que de una sola unión quedase la Reina encinta. Toda ilusionada se recluyó en su ciudad y no sabiendo que nombre poner a su hijo encendió doce velas, una a cada apóstol. La que se apagó en último lugar fue la de Santiago, nombre que no había usado ningún rey, pero Doña María vio un signo en la última vela encendida y cuando nació su hijo, a finales de enero de 1208, le puso por nombre Jaume.

El niño tenía a penas tres años cuando en 1211 su padre lo promete en matrimonio con Amicia, hija de Simón de Monfort, y lo confía a éste, que se lo lleva a su fortaleza de Carcasona. Al año siguiente Don Pedro acude a la Cruzada establecida por el Papa contra los almohades de Miramamolín, Príncipe de los Creyentes, y participa en la Batalla de Al-Uqab o de las Navas de Tolosa, donde con Sancho VII el Fuerte de Navarra, Alfonso VIII de Castilla y caballeros Templarios y de las otras Órdenes Militares, participó en la carga de los tres reyes que dio la victoria a los cristianos. Los navarros arrancaron las cadenas con que la tropa escogida de los im-esebelen se anclaban en el suelo como señal de que nunca retrocedían, y se las llevaron. Aun lucen en el escudo de Navarra y en un cuartel inferior derecho del escudo de España. Nunca ya los invasores musulmanes volvieron a pasar Despeñaperros hacia arriba.

La Reina María vio el peligro que representaba Simón de Monfort y el despego de Don Pedro por su señorío y marchó a Roma en busca de la protección del Papa. Allí enfermó pero antes de morir obtuvo la promesa de Inocencio III que pondrá a su hijo Jaume bajo su protección. Ese mismo año 1213 Don Pedro se enfrenta al cruzado Simón de Monfort en la batalla de Murat y también muere el 12 de septiembre. Montpellier reclama a su señor en la persona de Jaume y también Aragón y los Condados. En enero siguiente Inocencio III reclama al cruzado que le entregue al niño huérfano, que acaba de cumplir seis años y, para resguardarlo de sus ávidos parientes, lo entrega a los Templarios para que lo custodien en su inexpugnable castillo de Monzón, a cuyo pie corre el río Cinca.

NOTA.- Las frases entre comillas pertenecen a la Crónica escrita por don Jaume, según lo recoge José Luís Villacañas.

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Los mallorquines hablan una lengua que es tan antigua como el inglés y más pura que el catalán o el provenzal, sus parientes más cercanos.
Robert Graves

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