La Corte urdió en secreto un plan para su Rey Pedro II de Aragón, muy dado a los escarceos con toda clase de damas que entretenían su pasión, mientras a su esposa, Doña María de Montpelier, no le hacía ningún caso. Le hablaron de una nueva dama dispuesta a entregarle sus encantos con la más absoluta discreción, Don Pedro estuvo encantado de iniciar una nueva aventura. Al llegar la primavera de 1207, las flores de la Provenza habían reventado, llenaban el aire fresco de la noche con mil perfumes. Le llevaron a una casona cerca de la playa y, según el plan convenido, subió sólo las escaleras apenas iluminadas, jadeaba impaciente. Pasó a una cámara aún más oscura y bajo el baldaquino distinguió el contorno de una cama y entre sábanas muy blancas creyó ver el reflejo nacarado que devolvía la parte fría de un muslo desnudo, pero no podía adivinar su zona húmeda y caliente. Alzó los ojos y vio –estaba seguro- la diminuta rosa que, enhiesta, coronaba un seno. Avanzó las manos, tanteó y se encontró entre los brazos de la dama complaciente, con la que desahogó su pasión. Cuando hubo concluido, inesperadamente, se iluminó la cámara, con la luz de los hachones y velas acabadas de encender, que portaban miembros de la Corte. En la cara de Don Pedro apareció al mismo tiempo el asombro y la ira, pero, al momento, se tornó en sonrisa al ver que la misteriosa dama era su mujer. La Corte certificó que había yacido con ella y a finales de enero de 1208 nació un hijo legítimo a quien llamaron Jaime. De eso hace 800 años.
Después de lidiar desde pequeño con los exigentes Nobles feudales de Aragón y los interesados Condes, de lo que con los siglos se llamaría Cataluña, cuando Jaime tenía 30 años, arropado por la pequeña nobleza y los huestes de los obispos, consiguió poner sitio a Valencia. Aquéllos no querían la conquista de un nuevo Reino, tal y como planteaba Don Jaime, ellos querían entrar en la ciudad y apoderarse de bienes y personas que luego vendían como esclavos. Es decir, entrar en Valencia a saco, como hicieron en Mallorca. El Rey tenía otra idea, quería un reino nuevo, propio, no heredado, hecho a su manera y no sometido a los caprichos de aragoneses ni catalanes.
Zayyan, el Rey de Valencia envío a su sobrino a parlamentar con Don Jaime, que le propuso hablar a solas, en presencia de la Reina Violant. Ante ella rechazó los altos tributos que le ofrecía el enviado del Rey Moro, que comprendió que no cambiaria su palabra, porque a un caballero, ante una dama, no le estaba permitido mentir. Entendió perfectamente que Don Jaime quería Valencia. Pactaron volver a hablar en tres días. En la nueva reunión accedieron a entregar la ciudad siempre que “los sarracenos y las sarracenas pudieran llevarse toda la ropa y que nadie les registrase, ni les hiciese ninguna villanía y que les dieran salvoconducto hasta Cullera. Era la voluntad de Dios que Valencia fuera cristiana y así lo entendían los árabes. Ahora sabían que no debían oponerse a la voluntad del Supremo Dios”, dice la Crónica. Don Jaime accedió y el enviado de Zayyan pidió diez días para dar una contestación definitiva. Se le otorgaron cinco, a fin de los cuales debían firmar el tratado y comenzar a salir de la ciudad. Se pactaron cinco puntos: los habitantes podrían salir con sus armas y muebles; los que se quedarán no sufrirían daño pero debían recomprar sus casas; en siete años no se reanudarían las hostilidades; se delimitaba la frontera; y el propio Rey Don Jaime se comprometió a que este tratado lo juraran sus nobles. Mientras debía guardarse secreto sobre lo pactado. El Rey cristiano reunió a la Corte en su campamento de Ruzafa y sin dar ninguna razón, les dijo que: Valencia era nostra, mientras se encaraba con aquellas gentes altaneras, a quienes nombra uno a uno en la Crónica, y dice que “perdieron los colores, como si los hubieran herido en el corazón”.
Con esta pacífica conquista les privó de entrar a saco en Valencia, es decir, de robar y esclavizar a los vencidos, quedando burlados los deseos de aragoneses y catalanes. Don Jaime había aprendido una amarga lección durante la conquista de Mallorca, cuando los Condes Catalanes pusieron en peligro la consolidación de la conquista, porque sólo estaban ocupados en el saco, en la rapiña.
He recordado esta escena porque hoy día 9 de octubre de 2008, en toda la Comunidad se ha homenajeado al Rey Coqueridor y en especial en Valencia. La Televisión Autonómica se ha prodigado con la Procesión Cívica por la mañana y con la Cabalgata por la tarde. Allí estaban chupando cámara todos los políticos y representantes de las altas instituciones, muchos de ellos furiosos catalanistas, empeñados en que desaparezca el valenciano, aquel romance que ya hablaban los súbditos de Don Jaime, como dice en la Crónica, un idioma muy anterior a la Conquista, pues hay textos que lo confirman . Un idioma que dio al mundo la primera lengua romance literaria de Europa “de la que aprendieron no sólo catalanes, sino también castellanos” (Menéndez y Pelayo). Los más prestigiosos hombres de letras, afirmaron que el valenciano, de entre todas las lenguas romances, era la más “graciosa, dulce y agradable” (Cervantes). Nadie la confundió con un dialecto de otro idioma, todos la tuvieron por lengua autóctona. Una de las lenguas romances independientes, como el italiano, el rumano, el francés, el gallego-portugués y la lengua del oc. Sin embargo, de los dialectos del oc, que se hablaban en los condados catalanes, sólo aparecen escritos en algún documento notarial, mientras el valenciano creaba su literatura.
Estos catalanistas, que se dejaron ver en la Procesión Cívica y en la Cabalgata, están dispuestos a que desaparezca el valenciano, a que sea sustituido por el catalán, para luego decir “todos hablamos lo mismo, luego somos un mismo país” y conseguir que desaparezca el Reino de Valencia, que siempre ha sido independiente lingüista, económica y administrativamente de los demás reinos que componían la llamada Corona de Aragón.
Si Don Jaime volviera entre nosotros les miraría a la cara con la misma autoridad y desprecio con que miró a Nobles y Condes en el Campamento de Ruzafa el 28 de septiembre de 1238, tras su tratado con Zayyan, cuando anunció Valencia era nostra y vió la libidez en sus rostros, perdieron los colores, como si se les hubiera herido en el corazón.
A los diez días habían abandonado Valencia. El día 9 de octubre de 1238 el Rey Don Jaume El Conqueridor entró triunfalmente en la ciudad.