A mis manos un ejemplar de la revista cultural “Renou”, que edita la asociación Cardona Vives, de Castellón. En sus páginas un extenso artículo bajo un largo título: “La llengua valenciana, proscrita. Motius. Responsabilitats. Solucions.”
Lo primero que se me ocurre, después de su lectura, es felicitar a su autor D. Fernando Masip, al que no tengo el gusto de conocer. No extracto ni repito. Simplemente, decir que tiene razón.
Ciertamente, las manipulaciones políticas están haciendo, de nuestra lengua valenciana, un despreciable mito. Todo se acepta a cambio de ese metal que suena; que suena mal, pero suena. O a cambio de concesiones convertibles. Tal vez fuera la identidad valenciana menos vendible, si todos los dirigentes autonómicos se sintiesen de la tierra, unos, y otros no fueran “extranjeros”.
Se lanzó a la calle el pueblo valenciano, en el siglo XIII, en defensa de sus Fueros frente al poder aragonés pretendiendo en nuestra tierra implantar los suyos por la fuerza del derecho de conquista.
Son, ahora, los magnates del otro miembro de aquella extinguida Corona de Aragón, quienes pretenden la absorción, mediante falsas identificaciones, del pueblo valenciano por Cataluña.
Ambos a una, en la actualidad, nos niegan el agua nuestra, la pública; la que, por ser de propiedad pública, es de todos. También nuestra.
El empeño de la Generalidad catalana, en hacer de la Comunidad Valenciana un súbdito suyo, vasallo obediente (también entonces nos negarían el aire), fracasaría si los políticos valencianos en el poder, y fuera de él, tuviesen el mismo sentimiento patrio que aquellos respecto de su tierra.
Más triste es el papel de esos politiquillos de pueblo, de barrio, que, no percibiendo ganancia alguna, se dejan conducir por otros puestos el vendaje de la inteligencia. Ello es causa de la ignorancia, no de la mala fe.
La mala fe es de quienes tergiversan la Historia, “científicos” a los que hay que creer, porque son los que “saben”. Y no dicen lo que saben. Al servicio, éstos, de los mandatarios catalanes, que consideran al pueblo valenciano residuos filogénicos de una especie, de una raza superior que es la suya.
Sin embargo, y sin menosprecio del pueblo catalán al que respeto con toda el alma, sea dicho sin ambages, que la filogénesis valenciana es más pura atendiendo a sus respectivas procedencias indígenas, sin tener en cuenta la mezcolanza originada por las distintas invasiones de las que, en mayor o menor grado, ninguna zona peninsular se ha librado.
En cuanto a la literatura, ¿dónde están los clásicos de la literatura catalana? Se hallan, al parecer, allí donde el anhelo de prevalecimiento sobre lo valenciano los hace indebidamente “figuras prócer de la literatura catalana” hablando de Ausias March, Joanot Martorell y Joan Roiç de Corella un miembro del Instituto de Estudios Catalanes, Ferran Soldevila. Esos y muchos más componen la pléyade de clásicos valencianos, como en otro lugar lo reconoce el mismo señor.
Es patente la distinción entre ambos idiomas, valenciano y catalán. Muchas voces son distintas, en cada una de ellas, para designar una misma cosa. Y la distinta construcción de frases, oraciones. Ello y mucho más lo ratifican expertos como D. Salvador Guinot en 1922, que pone de relieve la supremacía que en determinados periodos históricos ha tenido la lengua valenciana sobre la catalana como la tuvo entre los siglos XV y XVI, como también dice “… nótese el valor de la “ch” plosiva desde antiguo…”, y otras manifestaciones lingüísticas discrepantes de las llamadas “Normes de Castelló” o “Normes del 32”, es decir, de las normas correspondientes a los asuntos sobre lo que discrepa.
Lo curioso es que D. Salvador Guinot, del que nadie pudo dudar de su honorabilidad y de su sapiencia, justamente elogiado en ambos conceptos por un erudito bechinense, fue uno de los firmantes de esas “Normas”. ¿Por qué, pues, las firmó sin entero convencimiento? Porque se trataba, como hoy sin conseguirlo con la creación de la Academia Valenciana de la Llengua, de consensuar las discrepancias surgidas entre aquellos que se entregan a la voluntad catalanista, y los que siguen en la Historia las raíces puras de lo valenciano.
¿Hubo otros firmantes que su buena voluntad les hizo elegir la paz?