Antes de que Leonidas detuviese a Jerjes, Rey de Persia, en la batalla de las Termopilas preservando a Occidente como la gran civilización del mundo, los sátrapas gobernaban las provincias persas, como una especie de virreyes, con poder prácticamente absoluto. Cuentan que uno de ellos se hacía rico robando a sus súbditos, a los viajeros y a los pueblos vecinos. En su palacio apilaba los tesoros que acumulaba y desde su poltrona, mimaba a los que le alababan, pues apoyándose en ellos conseguía mantener su satrapía. El tesoro no lo invertía para bien de su pueblo, al contrario, generosamente lo regaba a los titiriteros y bufones que le reían las gracias y a los falsos magos y profetas que auguraban su perduración en el poder, porque su único fin era mantenerse en la poltrona de la satrapía.
Han pasado 2500 años y en este viejo país, que hace poco fue rico, ocupa la poltrona un remedo de aquellos sátrapas, al que no le interesa gobernar, sino mantenerse en el poder, aún a costa de empobrecer al pueblo. Al llegar las vacas flacas, los años de privaciones, como si fuera todavía rico, continúa esquilmando a la gente y dando prebendas y miles de millones a todo el que le aplaude o levanta la ceja. El caso es que ahora el tesoro se agotó y lo único que reparte es deuda. Se endeuda con sátrapas de lejanos países que comercializan el petróleo y como no se fían de él, ni creen que el país pueda pagar lo prestado ni sus altos intereses, la última ocurrencia ha sido avalar con los cuadros del Museo del Prado, que durante siglos han ido almacenando los Reyes de España. Un desastre.
Acaba de regalar más de un millón de euros para la edición, en inglés y catalán (también se puede consultar en internet en httpp: evistes.iec.cat/char) de la Catalan Historical Review, que edita la Sección Histórico-Arqueológica del Instituto de Estudios Catalanes y que pretende proyectar internacionalmente la histografía dels Paísos Catalans.
Pretenden hacer propaganda de cómo se ha configurado la identidad catalana, no atribuyéndola solo a Cataluña, sino a lo que ellos llaman els Paisos Catalans y, de paso, ningunean la historia, la cultura y la lengua valenciana, que nada tienen que ver con ellos, pues tiene autonomía propia, como políticamente hemos sido un reino desde que esa fue la voluntad, al crearlo, de Don Jaime I, distinto de los condados catalanes.
El IEC, siguiendo su tradición, primero fue subvencionado por la Banca Catalana, que la quebró, luego por la Generalitat de Cataluña y ahora, además, por el Gobierno Español. Ya no saben qué hacer para borrar a los valencianos del mapa y convertirlos en submaquetos de una imperialista Cataluña. Los procedimientos de Hitler para apoderarse de un país vecino, a veces eran más violentos, pero otras veces sus métodos no eran menos burdos que los que aplican los catalanes. En nuestra tierra se han instalado los secuaces de los partidos nacionalistas catalanes, que defienden que el valenciano es catalán, con el mismo desparpajo que Hitler decía en los Sudetes “todos hablamos alemán, luego todos somos alemanes”. Encima, un partido supuestamente nacional, como el socialista, está de parte de ellos, porque necesitan de los grupúsculos independistas catalanes para mantenerse en la poltrona.
En las Cortes Españolas decía el otro día la Diputada de Entesa María Josefa Celaya, que había que difundir los contenidos de la programación de TVE en las cuatro lenguas oficiales, español, vasco, gallego y catalán. Protestaron los diputados valencianos de la Comisión, Pedro Agramunt, Alfonso Ferrada y Andrea Fabra, los tres del PP, en defensa del valenciano, pero el socialista Ferran Bono, sostuvo que el valenciano solo lo defiende una minoría del PP que, además, no lo habla.
Lo malo de esto no es que el valenciano lo defienda una minoría que sí lo habla, aunque lo habla tanto como el español, lo malo es que el valenciano que defienden es un parto de burra de la AVL, pactado a base de chanchullos. Una concesión de los catalanistas de esa institución, desde la cual chupan los dineros del presupuesto de la Generalitat, y llaman valenciano a un catalán al que le han añadido algún modismo de nuestras tierras.
El Presidente Camps ha sabido sortear los embates de Eduardo Zaplana, arrinconarlo e incluso alejarlo de la política activa. Cuando las cosas iban mal en el Partido Popular, tras la última devacle electoral nacional, hace poco más de un año, se alió con el perdedor, porque éste se había adelantado a conseguir la inmensa mayoría de los avales para poder presentarse, cerrando el camino a posibles contrincantes, porque aquel perdedor iba a tener el poder de confeccionar las listas cuando llegasen las elecciones y mientras repartiría los pocos sueldos de los que todavía goza la oposición. Un apoyo que ha sido correspondido por Rajoy. Cuando le han montado una acusación penal por el supuesto regalo de unos trajes, ha desbaratado a los denunciantes y en las últimas elecciones europeas ha conseguido más porcentaje de votos que nunca.
Pero no nos tiene contentos a los valencianos auténticos, a los que defendemos el valenciano que se habla en nuestros pueblos, el que desde pequeños aprendimos en brazos de nuestras madres. Ya advertí en la segunda carta que le dirigí públicamente, que si los catalanes se apoderan del Reino de Valencia, y llegáramos a convertirnos en nuevos maquetos dels Paisos Catalans, su retrato de Presidente de la Generalitat se llenará de polvo, olvidado, en algún viejo almacén de algún ignorado museo, en el Salón de las Derrotas.
Ahora que la Generalitat también reparte dinero a mansalva, no estaría de más editar una Histografía de Reino de Valencia, en varias lenguas y difundir por el mundo cuál ha sido nuestra cultura, nuestra historia, nuestra lengua y sus evidentes diferencias con Cataluña.
No se trata sólo de que se reconozca que existe una quinta lengua en España. Sino de dejar patente que esa quinta lengua no es el fruto de un pacto político, luego impuesto en las escuelas, como el vasco inventado en las ikastolas, o el catalán inventado e impuesto en escuelas, comercios y en todas partes. Nosotros creemos en la libertad, pensamos que cada uno habla como quiere y la única misión de una Academia, en cualquier país del mundo, es recoger la manera de hablar de las gentes, eso que hablan los valencianos desde siglos y protegerlo como auténtica lengua valenciana, porque las lenguas no se fabrican en un laboratorio o en una asamblea política, se crean y evolucionan en las montañas y en los campos, en los cafés y en las plazas y en el hogar de cada casa, allá donde estén los valencianos de siempre.