El manuscrito 1324 de la Biblioteca Nacional de Madrid (desconocido, creo, por el Constitucional y el Congreso) fue iniciado en mayo de 1693 por Juan de Ayala, un gramático experto en lenguas sagradas y romances. Con caligrafía barroca, Ayala cita el idioma del Reino, recordando que "la lengua valenciana tiene muchísimos vocablos moriscos, de que hago largos índices en obra aparte" (BNM. Ms.1324, f. 227, r). Constituye otro de los innumerables reconocimientos del idioma valenciano y su riqueza léxica por parte de científicos del lenguaje -no políticos ni jueces- antes de 1861 cuando Milá i Fontanals ideó la argucia de llamar dialecto catalán al idioma valenciano.
Los largos índices de léxico valenciano han desaparecido y el manuscrito está inconcluso (sólo hasta la dicción coracina), pero basta para constatar que muchas palabras brotaron entre el Cenia y el Segura antes de ser prestadas al castellano, o capturadas por el catalán. Una de las que recoge es la relativa al "conducto de aguas llovedizas, voz “albelló” en lengua valenciana". De procedencia árabe generó variables humildes como arbelló y arbellonets (juego que se practicaba en las calles de Valencia). Lamentablemente, pese a que arbelló figuraba en diccionarios como el de Escrig (1887) y Fullana (1921), la inmersión lo suprimió -como a tantos otros- para forzar la política unidad de la lengua.
Ayala respetaba el origen valenciano de vocablos; por el contrario, el Institut d´Estudis Catalans los captura o censura. La praxis del IEC consiste, grosso modo, en dictaminar que un sustantivo como baladre es murciano, aragonés, almeriense y catalán (Corominas: Diccionario Etimológico, 1987), es decir, no existe en valenciano. No obstante, uno de los primeros documentos donde surge baladre no fue escrito en Murcia, Zaragoza, Almería o Barcelona, sino en la Valencia del siglo XV y por un Jaume Roig amante de la lengua valenciana de los de Paterna, Torrent y Soterna. Ayala también recurre a Jaume Roig como fuente léxica en su ensayo etimológico (que no otra cosa es el manuscrito 1324). Al analizar brete, dice: "Jaume Roig, poeta valenciano, usa la palabra brell por lo mismo que laço o trampa en que cae la caça". Y reproduce versos de Roig en valenciano del Siglo de Oro: "En lo filat/laços e brell" (f. 126 r). Los miembros del Congreso podrían comprobar que el clásico artículo lo -usado por Roig y vivo en lengua valenciana- también lo liquidó la científica inmersión en pro de la unidad de la lengua.
Ayala aborda la homonimia de léxico peninsular: "Cadira, lo mismo que silla. Voz antigua en el castellano y así Juan de Mena dixo: “En gran cadira de ver, le dieron asentamiento”. De donde quedó en la lengua velenciana, que conserva muchisimos vocablos que fueron antiguamente nuestros de que hice recopilación en obrilla especial deste asunto" (f.142). La koiné lingüística medieval permitía a Juan de Ayala atribuir origen castellano a cadira (curiosa corrupción de cathedra) y de ser un Milá i Fontanals, hubiera reivindicado la unidad de las lenguas castellana y valenciana, pues infinidad de palabras (conquesta, finestra, nafrar, dues, flama, ome, farina, dona, altre, ferida, present, fusta, tot, ferro princep, aquest, fora, etc...) aparecen en documentos toledanos, sorianos y leoneses anteriores a 1238.
EI filólogo narra pormenores: "Çandia, voz arábiga que significa melón de agua. En Valencia hay observancia de que no se vendan hasta que entra el mes de octubre, alli les llaman melones de Argel" (f. 196). Efectivamente, meló de Argel (sin apóstrofo) equivalía en idioma valenciano a la corrupción catalana sindria que ahora imponen como cultismo. En el manuscrito, Ayala nos devuelve vocablos: "Cencerrada, aunque en su sonido es castellano, no lo es porque neció en el Reyno de Valencia" (f. 153). Cuenta que entre los valencianos, "cuando una mujer se casa por tercera o cuarta vez, la gente acostumbra darles chasco la noche de boda, haciendo ruido por las calles con sartenes y cencerros, de donde tomó el nombre de cencerrada".
Actualmente constituye un enigma el origen de cencerro, aunque documentos valencianos del XV muestran la variable con vocal abierta sancerro. Pero lo interesante es que el sonar cencerros (tintinnabulorum) a viudas casadas en segundas o terceras nupcias fue costumbre en los siglos III y IV, entre el Edicto de Milán y el hundimiento del Imperio. Quizá los mozárabes valencianos, o los valencianos que habían aceptado el islamismo, conservaron una jocosa tradición que no contravenía dogmas coránicos.
El manuscrito también incluye nombres botánicos: "Albornios o madroños del latino arbutum, y en valenciano se llaman por el mismo origen alborsos" (f. 43). El erudito Ayala derivaba la lengua valenciana del latin y árabe (no del catalán, claro); así, al enumerar viviendas como hacienda, heredad, granja, cortijo y cigarral, menciona la raíz arábiga de la alquería del Reino de Valencia (f. 184). Lamentablemente, ahora es tal la manipulación (como denunció LAS PROVINCIAS), que hasta las alquerías que rodean Alicante, Orihuela y Valencia son llamadas masías por los inmersores.
Las Provincias, 20 de mayo de 1997.